La ciudad bajo la ciudad

 

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Prólogo

16 de enero de 1912

Hemos encontrado algo maravilloso, pero no estamos seguros que sea seguro. Fue el domingo pasado, cuando la exploración arqueológica, que estaba planeada desde hacía seis meses, se canceló. Pero este descubrimiento es mucho más emocionante que las ruinas de una civilización que existió hace miles de años. Esta es una civilización que existe ahora pero nadie lo sabe. Los hombres que hemos conocido nos han relatado historias fantásticas sobre criaturas legendarias y grandes guerreros que aún viven.

El hombre dejó su pluma de lado y sonrió. No podía creer lo afortunado que era de haber encontrado un lugar tan maravilloso. Los miembros de la Asociación internacional de arqueología se volverían locos con el descubrimiento. Pero quizás ellos no debían enterarse. Primero tenían que explorar más y conocer más a las personas que estaban construyendo una nueva vida entre las ruinas de esa ciudad antiquísima. 

Su esposa había tenido la maravillosa idea de restaurarla juntos, levantar los edificios y construir nuevos. Él prefería este proyecto a tener que lidiar con burócratas para pedir el permiso de excavar un poco de tierra en el sitio arqueológico en el que antes trabajaba. 

Habían encontrado la puerta a este lugar el mismo día que había recibido la carta en la que le informaban que los fondos para sus investigaciones serían cortadas. Si quería continuar con las excavaciones, debía financiarlas él mismo.

Se había quedado sin trabajo y tenía un hijo en camino. Pero esta ciudad que habían descubierto podría ser la respuesta a sus problemas. Parecía ser el destino el que les estaba abriendo una puerta.

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Capítulo 1

Julián sabía que ya había salido el sol, pero no quería abrir sus ojos. Se podía escuchar los sonidos de la calle desde su habitación por lo que sería imposible regresar a dormir. 

Pensó en cuántos días de vacaciones le quedaban. Cincuenta y nueve exactamente. Parecían muchos y cualquier chico de su edad estaría emocionadísimo de tener tantos días para despertarse tarde, para jugar con sus amigos, para ver películas hasta después de la hora de dormir. Pero no Julián. Él solo quería regresar al colegio. 

Era tedioso pensar que tendría que quedarse en casa todo el día, hasta que su papá regresara del trabajo, ver televisión con él y luego dormir, solo para comenzar el mismo ciclo al día siguiente. Su papá no lo dejaba salir a jugar a la calle, era muy peligroso, pero además él no quería hacerlo ya que los otros niños de su nuevo barrio eran malvados. Se burlaban de él, de su corta estatura y su aspecto delgado. Pero aunque no lo hicieran, esos niños eran extraños. Siempre estaban buscando cosas para  hacer explotar, aunque no les pertenecieran.  

Abrió los ojos finalmente y por unos segundos se alegró de ver que afuera el día se veía despejado. Quizás la lluvia se iría al fin. Pensó en su mamá e imaginó, como lo hacía todas las mañanas, que ella se encontraba atrapada en algún lugar lejano, pero que estaba bien y era feliz. A veces pensaba que tal vez había comenzado una nueva familia, pero esto era muy doloroso.

Hacía casi un año que su mamá había desaparecido. Nunca nadie quiso decirle nada a él, pero muchas veces había escuchado los susurros de su padre y su abuela, discutiendo la posibilidad de que ella estuviera muerta. 

Se detuvo en ese momento. Cuando pensaba en esto, terminaba con lágrimas en los ojos. Se distrajo con la fantasía de que su madre era un agente encubierto y se encontraba en una misión importante y por eso había tomado mucho tiempo en regresar. Imaginaba que un día lo haría, vestida de negro y con gafas de sol, para decirles que había sido reclutada por un gobierno extranjero para atrapar a un grupo de bandidos y que ahora necesitaba su ayuda.

Luego de varios minutos atrapado en sus fantasías, se decidió a salir de su cama y hacer algo. No podía dejar que la tristeza le ganara. Había aprendido solo que tenía que ser fuerte. Su padre lo hacía muy bien, nunca lloraba y ya no hablaba sobre ella. 

Al ver el sol afuera, tomó la decisión de salir, a pesar que tenía prohibido hacerlo. El día estaba muy hermoso como para no aprovecharlo. Tomó las llaves de la casa que colgaban en una pared en la cocina, se puso su chaqueta, tomó su mochila y salió. No tenía idea que, como su mamá hace casi un año, no regresaría a su casa esa noche.

Afuera en la calle, dos sombras lo observaron mientras se alejaba. Eran dos ancianos, un hombre y una mujer.

Julián decidió caminar hacia un bosque que sabía que quedaba cerca de su casa. Era uno de los pocos que quedaban en la Ciudad de Guatemala. No se esperaba mucho, quizás solo unas cuadras de árboles y nada más, pero al llegar al borde, se sorprendió de ver lo grande que era. Solo lo había visto desde el auto en algunas ocasiones y entonces no le había parecido tan grande. 

Caminó hacia él y tuvo que esquivar las bolsas de basura que los vecinos habían dejado ahí desde hacía semanas. Parecían preferir tirar la basura en sus propios patios que pagar para que alguien llegara a recogerla.

Se dio cuenta de lo hermosa que era la vista si ignoraba todo lo de abajo y veía hacia arriba. El sol se filtraba por las hojas y algunas aves de cuello amarillo llegaban y lo deleitaban con su canto. Julián saltó entre las bolsas de basura, rotas por animales buscando comida y se adentró en el bosque, alejándose del mal olor y la vista de la calle. 

Caminó por varios minutos hasta encontrar un buen árbol, uno con las raíces saliendo de la tierra formando un asiento perfecto. Se acomodó, tomó un libro de su mochila y lo abrió. La vuelta al mundo en ochenta días. Pero antes de comenzar a leer, algo llamó su atención no muy lejos de ahí. Frente a él, sobre la tierra, yacía una moña roja, como las que algunas niñas de su clase utilizaban. Julián la tomó y la observó con atención. ¿De quién podría ser? Ninguna de las niñas de su vecindario utilizaban este tipo de moñas, por lo regular ni siquiera hacían algo porque su cabello se viera bien. Siempre lo tenían sucio y despeinado. Puso la moña en su mochila. Si veía a la dueña, podría dársela. 

Leyó por  una hora y luego decidió ir a explorar. Era mucho mejor leer en este bosque que en el sillón de la sala de su casa o en su cama. El cielo no daba ninguna señal de lluvia, por lo que no tenía que preocuparse por buscar un refugio. 

El viento soplaba frío y Julián se arrepintió de no haber traído una chaqueta más gruesa. Conforme se alejaba de su vecindario, los sonidos de la calle, los autos bocinando, los buses tratando de llamar la atención de cualquier peatón, y las personas gritando en el mercado cercano, se convertían en solamente un rumor. Los árboles parecían crear una barrera y un refugio. Al principio había tenido miedo de ir muy lejos, pero ahora anhelaba adentrarse en el bosque y quizás quedarse ahí todo el día.

Volvió a pensar en los días que le quedaban de vacaciones.  Al escuchar el viento chocando con las hojas de los árboles y a las aves cantar pensó que ahora tendría un lugar en el cual pasar todos los días. Quizás podría construir un fuerte o una casa en un árbol.

Las aves, especialmente, parecían ser más abundantes aquí. Podía escuchar todo tipo de melodías y de vez en cuando lograba observar alguna en lo más alto de los árboles. Podía notar diferentes colores. Estaba acostumbrado a ver únicamente a los zanates negros y poco amigables que llegaban al jardín pequeño de su casa.

Pensó en sus amigos del colegio. ¿Dónde estarían ahora? Muy probablemente de viaje con sus padres, o jugando videojuegos. No podía quejarse de su vida, su padre se esforzaba mucho por darle lo mejor, él lo entendía, pero a veces deseaba no tener que mentirle a sus amigos cuando todos regresaran a clases en enero y contaran sobre las cosas que habían recibido para Navidad. Todos se reirían de él si les dijera la verdad, solo recibía ropa por parte de su abuela y su tía y un libro por parte de su papá. Cuando su mamá estaba con ellos, ella era la que escogía el libro para él. Por alguna razón ella siempre acertaba y terminaban siendo de sus libros favoritos.  

A él le encantaban los libros, pero ninguno de sus amigos leía. Tenía que esconderlos en su mochila y aparentar querer jugar fútbol en el recreo, aunque su mente siempre estaba en las aventuras entre las páginas que tenía que dejar guardadas. 

Su madre siempre le había leído muchas historias, y había aprendido a leer más temprano que la mayoría de niños. Su padre también leía, pero casi solo libros sobre negocios o superación personal. De vez en cuanto leía alguna novela, pero desde que su esposa se había ido, no había vuelto a abrir un libro. Julián se había dado cuenta de esto. 

Pensar en todo esto lo entristeció. No había un día en que no pensara en ella y parecía que cada vez la extrañaba más. Soñaba con verla una vez más aunque fuera solo para despedirse.

Ella se había ido una mañana, cuando Julián acababa de cumplir doce, y nunca regresó. No hubo un funeral, no hubo nada, solamente la desesperación y el dolor de estar esperando a alguien que ahora estaba seguro que no regresaría.

A veces escuchaba a su papá llorando en las noches. Nunca antes había visto llorar a su padre hasta la desaparición de su madre. Él era un hombre muy feliz, siempre haciendo bromas y sacándole una sonrisa a los demás, pero ahora a penas sonreía. 

Siguió caminando y prestó más atención a los sonidos a su alrededor. La naturaleza parecía estar formando una canción con el viento, los animales y las ramas quebrándose bajo sus zapatos. Pronto comenzó a escuchar algo nuevo, un sonido melodioso. Miró a su alrededor creyendo que alguien se acercaba tocando algún tipo de instrumento, pero no pudo ver nada. 

La melodía se escuchaba muy cerca por momentos y luego parecía alejarse. Al principio pensó que había alguien más en el bosque pero luego se dio cuenta que era el viento que llevaba y traía el sonido. Trató de encontrar el lugar de donde venía y se adentró más en el bosque. 

Poco a poco las nubes comenzaron a nublar el cielo y las aves comenzaron a cantar más fuerte mientras volaban de regreso a sus nidos, creyendo que la noche había llegado temprano. Ahora era casi imposible escuchar la extraña melodía. 

Se detuvo un momento y escuchó intensamente. El bosque parecía estar vivo. Giró su cabeza a ambos lados y se dio cuenta que había dejado de prestar atención hacia donde iba. No tenía idea de como regresar al borde del bosque. Esto lo asustó mucho y comenzó a caminar en diferentes direcciones, tratando de encontrar algo que lo ayudara a ver una salida. 

 

Estuvo así por unos minutos, pero solo veía más árboles. De pronto sintió que alguien lo observaba y de reojo vio algo de color azul brillante. Se volteó rápidamente y por un segundo pudo ver la forma de una niña corriendo entre los árboles, pero tan pronto como la vio, ella había desaparecido.

—¡Espera!— Gritó Julián y corrió hacia donde había visto a la niña, pero ella ya había desaparecido. 

Esperó unos segundos, desesperándose y moviendo su cabeza a todas partes. Sintió nuevamente que alguien estaba cerca, detrás de él y esta vez vio a una niña vestida de amarillo.

—¿Hola? — La niña se había escondido detrás de un árbol, pero podía escucharla riéndose. —¿Podrías ayudarme?

La niña de amarillo salió de su escondite con una sonrisa. Era más alta que él y tenía el cabello castaño y muy largo.  

—¡Hola!— Dijo alguien detrás de él, haciéndolo saltar. Al voltearse, la misma niña le sonreía, pero ahora vestía de azul. 

Las dos comenzaron a reír y a él le tomó un tiempo darse cuenta que no eran la misma persona, sino que eran gemelas idénticas. 

—¿Qué haces en este bosque?— Preguntó la niña de amarillo. —Nunca habíamos visto a alguien más por aquí.

—Vivo cerca y estaba explorando. —Respondió Julián un poco nervioso. Normalmente no hablaba con niñas. 

—Oh, pensamos que estabas perdido. —Dijo la niña de azul. 

—Creo que sí lo estoy. —Respondió él. —Ya no sé como regresar a la orilla del bosque.

—Nosotras te podemos llevar, pero te ves cansado y hambriento. Vivimos cerca. ¿Por qué no vienes a comer a nuestra casa?— Siguió la niña de azul.

En ese momento Julián notó que ella llevaba una moña roja, como la que había encontrado antes. La sacó de su mochila y se la extendió. —¿Es tuya?—

Los ojos de la niña se abrieron emocionados. —¡Creí que la había perdido para siempre! Muchas gracias— La tomó sin quitar su sonrisa de su boca. 

Su hermana se acercó y volvió a repetir la pregunta. —¿Quieres venir a comer a nuestra casa? El almuerzo ya debe de estar listo. 

Julián se dio cuenta que estaba muy hambriento. Había salido de su casa sin desayunar y no se le había ocurrido traer nada de comer, por lo que asintió y trató de sonreír. Ellas rieron y comenzaron a caminar. 

—Yo soy Lucy y ella es mi hermana Isa. — Dijo la niña de azul. 

—Yo soy Julián. — Respondió él tímidamente. Ellas solo sonrieron.  

Caminaron por algunos minutos. Julián pensaba en lo maravilloso que era el bosque, ahora que no se sentía tan asustado, pero también se preguntaba cómo estas chicas parecían saber exactamente a donde ir, cuando para él todos los árboles parecían idénticos. Trató de ver si iban por un camino, pero el suelo solo estaba cubierto de hojas. Era impresionante.

Finalmente se escuchó la hermosa melodía nuevamente. Pero esta vez se escuchaba más alto y más claro.

 —¿Qué es eso?— Preguntó Julián.

Isa fue la que respondió. —Son las campanas de viento de nuestra tía. Ella misma las hizo. 

A Julián le pareció impresionante que tan hermosa melodía viniera de unas campanas de viento. No sabía que el viento era capaz de formar música. Pero fue más impresionante cuando de pronto se encontraron en un claro, y las niñas comenzaron a correr hacia una enorme casa de madera y ladrillos. Él no pudo evitar abrir su boca sorprendido. Había campanas de viento colgando de casi todas las ventanas y en el pórtico. Juntas, formaban la bella melodía que había escuchado antes. Observó maravillado la casa frente a él. ¿Cómo podía existir este lugar en medio de la ciudad? ¿O había llegado tan lejos que ya no estaba en la ciudad? Esto le pareció improbable, pero este lugar no parecía real.

Vio a una mujer que apareció desde la parte de atrás de la casa. Tenía el cabello gris, recogido en una trenza y llevaba botas de lluvia y una blusa de cuadros. En su mano sostenía una regadera, de seguro había estado trabajando en su jardín. Las chicas la alcanzaron y señalaron con su mano a Julián que se había quedado atrás. La mujer subió su mirada y puso sus ojos sobre los de él. Ella había estado sonriendo, pero en ese instante su expresión cambió a una de terror. Al ver esto,  el corazón de Julián dio un salto. Algo no estaba bien. 

 

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