Efecto Invertido

 

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1: "Mundo Paralelo, ¿eh?"

Comenzaba su nueva vida al otro lado del espejo, atrapado, observando la actividad qué se llevaba a cabo. Al parecer, él sólo podía observar y escuchar todo lo que sus padres decían, pero ellos no lo veían a él.

"¿Qué pasa?" , se preguntó. "¿Por qué están alterados? Aquí estoy"

Evidentemente, sus padres no podían escuchar todo lo que el decía; ni siquiera podían verlo a través del espejo. Ya no había regreso; pero, ¿cómo llegó ahí? El Chico necesitaba respuestas, y las quería en ese momento. Era obvio qué, si quería salir de ahí, necesitaba saber cómo diablos había llegado al otro lado del espejo.

"Tengo que salir de aquí ahora", se dijo "¿Cómo haré eso?

Cuando le daba la espalda al espejo, veía todo idéntico como lo era su casa, sólo que invertido, claro. En ese lado del espejo no había nadie más que él, estaba solo...

Estaba alterado, confundido y cansado; no sabía cómo había llegado a ese lugar, de algo estaba seguro: de que estaría en casa muy pronto; con sus padres, todos felices, viviendo en paz, como solían hacerlo.

"Me llamo Román. Tengo dieciséis años. No tengo idea de cómo llegué aquí. No tengo miedo, pero quiero salir de aquí. Estoy solo...", se decía constantemente; mientras transcurrían las horas, lentas y pacíficamente.

La vida de Román era la de un chico común: estudiaba, tenía amigos y...una vida social. No era exactamente popular, pero tenía suficientes amigos y hasta le sobraban algunos. Tenía hobbies; una novia y un mejor amigo; que por cierto, su amistad ya no era la mejor.

Román tenía una rutina diaria cinco días a la semana. Y esa rutina se iba al caño los fines de semana, pero todo volvía a su curso el lunes por la mañana.

Correr, reír, hablar, comer, Courtney, dormir, Vincent, padres. Era todo lo que extrañaba Román de su antigua vida.

"Courtney. Vincent" pensaba Román

Algunas veces Román pensaba que, era un castigo o una maldición estar allí, pero no estaba completamente seguro, ya que, le llegaban latas de frutas en jugo de almíbar y una botella de agua cada dos días, entones eso le metía una nueva idea en la cabeza: qué tal si fue raptado por una persona idéntica a él y llevaba a otra dimensión para torturarlo o masacrarlo... Pero sólo eran ideas, nada más.

Eso fue lo que creyó.

Román estaba sentado en el suelo, a un lado del espejo, esperando a que un milagro o algo interesante le pasara. Y así pasó.

Se escuchaban varios pasos en la casa, Román no se alteró; al contrario, estaba emocionado de que al fin algo estuviera pasando. Inclinó su cabeza hacia su derecha y dijo:

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Pasaron varios segundos y a penas se pudo apreciar una voz susurrando, era una voz normal; cómo la de cualquier ser humano; no era intensa, era más bien una voz gruesa, de un muchacho.

—¡Te dije que nos escuchó!

Román se levantó decidido a hablar con quien fuera el que estaba hablando en voz baja. La voz parecía proveniente de la cocina. Román era curioso, y como estaba completamente solo, lo más conveniente que le parecía era averiguar quién andaba allí. Realmente necesitaba a alguien para pasar el rato.

El chico se acercó lentamente y miraba discretamente, no estaba realmente preparado para bromas o para ser acechado.

Román camino lenta y sigilosamente por el comedor, hasta llegar a la cocina. Una vez en la cocina, observó todo con mucho cuidado. La cocina era idéntica a la de su casa; amplia, con una puerta que daba directo al jardín y con todo lo que recordaba Román que había en aquella cocina.

Dio unos pasos hacia la puerta del jardín y fue allí, cuando le piso los dedos a otra persona.

—¡Auch! —Exclamó de dolor—¡Fíjate por dónde caminas, tonto!

Había un chico con la cara alargada y ojos marrones; con una nariz respingada y el cabello del mismo color que sus ojos, quebrado. De tez blanca, no parecía agresivo, pero en ese momento parecía molesto. Venía vestido con una camisa de cuadros de colores azul marino y rojo; jeans de mezclilla y unos tenis rojos.

—Lo siento—se disculpó Román—. No te había visto.

—No importa—dijo el muchacho y se levantó del suelo—. Me llamo Zung.

Zung”, se extrañó Román.

—Román.

Zung puso su mano izquierda en el hombro de Román y comenzaron a caminar.

—Bien Román, hagamos esto rápido. Yo soy tu mayor autoridad aquí, ¿okay? —Dijo Zung—Yo te enseño, tú aprendes; ¿entendido? Porque no lo repetiré otra vez.

Román asintió con la cabeza.

—¿Dónde estamos? Y, ¿Por qué llegué aquí? —preguntó Román.

Zung se volvió a él.

—Román, ¿eres curioso, verdad? Todo con calma. Primero tengo que decirte que, ya no estás en casa y no hay regreso hacia allá. Número dos: tengo que enseñarte el lugar, notarás que no es lo que tú conoces y número tres: no hagas preguntas hasta que haya terminado de mostrarte el lugar.

Román estaba confundido, ¿por qué no podía preguntar nada hasta que conociera el lugar si el conoce el lugar?

Cuando los dos salieron de la casa, los rayos del Sol, resplandecieron y cegaron a Román por un momento.

Cuando por fin pudo ver sin que los rayos del Sol le lastimaran los ojos, caminaron por las calles, pero no eran las calles que Román conocía, eran una calles grises, no se podía sentir algo bueno, todo sentía triste por las calles, pero, ¿por qué?

—Es…¿es esto real o lo estoy soñando? —preguntó Román.

—Ya quisieras estar soñando.

A Zung, no parecía agradarle demasiado mucho a Román; y a Román no le agradaba mucho Zung, pero, él fue quien dejo claro que había más vida en aquél lugar; ahora tiene sentido lo de la fruta y el agua.

Román se cuestionaba cada segundo como había llegado ese lugar, no era exactamente malo, pero sabía que extrañaría su antigua vida; pero ya no había regreso, él lo sabía desde un principio y Zung se lo recalcó.

Los llegaron a una parte de la cuidad que, no se veía exactamente igual a la de la verdadera cuidad: había un gran muro al tope de las casitas que había alrededor, probablemente de trescientos o cuatrocientos metros de altura. Román estaba asombrado y anonado al mismo tiempo. No podía creer o que sus ojos estaban apreciando. Era impresionante.

En el espacio había casas pequeñas, todas parecen haber sido arrancadas de algún vecindario y puestas en aquel lugar. Parecían tener un poco más de color que las calles por las que habían caminado hasta ese lugar.

Un grupo de jóvenes (un poco mayores que Román), salieron de las respectivas casas y se acercaron a Zung y a Román.

—¡Vaya! ¡Al fin hay alguien nuevo! —comentó un chico moreno, con ojos demasiado oscuros y bonitos. A Román le incomodó el comentario.

—¡Ya estaba comenzando a aburrirme! Oye, Zung, ¿quién es éste, cabroncito?

—Ya, ya—dijo Zung—. Es suficiente. Esté de aquí es Román—se volvió hacia Román y comenzó a presentar a toda esa gente—. Román, saluda a tus nuevos amigos. Brenda, Sarah, Wood, Albert, Charlie, Nick, Miranda, Tom, Conan y Samantha. Ellos serán tus nuevos mejores amigos; el resto no, después los conocerás.

Brenda y Sarah se acercaron a Román y lo saludaron; Miranda le lanzó una mirada y después se marchó; Nick, Tom, Wood y Albert lo llamaron carne fresca y Wood le dijo “No te pongas tan cómodo, no lo estarás. Acostúmbrate a nuestras actividades desde hoy”. Charlie, Nick y Conan le dieron la bienvenida; los tres le ofrecieron a Román que, si el gustaba, podría quedarse en casa de alguno de ellos.

Zung llegó a alejar a todos de Román.

—Tú te quedas conmigo. Después te podrás quedar con quién mejor te lleves—dijo serio—. No te quedarás con ninguna chica. Ese es su espacio.

Zung comenzó a caminar hacia el muero, pero Román lo alcanzó.

—¿Y ese muro que hace allí? —preguntó Román.

—Te dije que sin preguntas.

—Ya sé, pero eso es raro…¡es gigante!

—Sí, sí; cómo sea. Estamos divididos en tres grupos: A, B y C; nosotros estamos en el grupo B. Ese muro gigante, cómo tú lo llamas, nos divide de los otros grupos; al sur, a unos cuantos kilómetros de tu casa, está el otro muro. Lo demás no se ve, pero no podemos pasar; hay un campo de fuerza. Hay avisos en cerca de esas cosas.

Antes de llegar al muro, Zung dobló a su izquierda y se metió a la casa que tenían enfrente.

Zung entró de golpe, enseguida entró Román detrás de él.

En la casa en la que entró Zung, no había casi nada: a la lado de la puerta había un clóset que abarcaba todo el muro de la derecha, tapaba la ventana; unos pasos delante de la puerta había una silla, que tenía amontonada unas cajas polvorientas; en medio de la entraba, había una pequeña mesa de madera, con un base de madera, estaba repleta de libros, cinta adhesiva, medicina, tijeras, algunas prenda de ropa, cables y algunas otras cosas que no se podían observar a simple vista. Zung se perdió en la casa; Román podría haber jurado haberlo visto subir las escaleras que se encontraban en frente del gran clóset.

Román no quería curiosear por la casa, pero necesitaba saber exactamente qué estaba pasando. Román se acercó a las escaleras y la voz de Zung hizo que se le saliera el aire.

—¿Qué haces?

—¡¿Cómo diablos?!

—Sí, sí. Como sea. Salgamos de aquí.

Zung lo tomó del brazo y la jaló hasta la puerta. Salieron de aquella casa.

Román se preguntaba porque el lugar era tan diferente al que él solía conocer, ¿por qué era tan oscuro y tan… raro?

Me prepararan seguramente para el matadero. Ya lo creo”, se dijo Román. “Éste cabrón me va asesinar y seguramente cree que, no tengo idea. ¡Qué idiota soy!

—¿A dónde vamos? —preguntó Román.

Zung no respondía.

—Zung, ¿a dónde vamos? —Insistía Román—¿Zung?

Zung ya no soportaba a Román, de hecho, le estaba rompiendo los nervios con cada pregunta que hacía. Desde el primer momento en el Zung vio a Román, supo que no se llevarían bien.

—¡Te dije que no hicieras preguntas hasta que te mostrara el jodido lugar!

Román no dijo nada, al parecer, ahora lo entendía todo; pero ese presentimiento en el que no entendía porque tenía que morir, no lo dejaba en paz.

Román comenzó a reflexionar los hechos: Román veía al espejo, pero no se podía observar él mismo; sus padres estaban alterados y llorando, pues Román no aparecía por ningún lado; repentinamente se encuentra en el lugar idéntico a su casa, pero no hay nadie y le llega una lata de fruta en jugo de almíbar y una botella agua; después llega Zung como si estuviera acompañado con alguien, pero no había nadie acompañando a Zung. Todo esto le parecía extraño a Román.

Zung le mostró todo el lugar: desde el muro del norte, hasta el muro del sur y, desde el pequeño bosque que se ubicaba al noroeste, hasta los edificios en ruina del oeste.

El lugar donde se encontraban, formaba casi un rectángulo, excepto por la parte del este, era la parte más pequeña del rectángulo.

Román no podía creer eso, ¡era impresionante! ¡Era casi idéntico al lugar de dónde provenía Román! Los edificios en ruinas era lo que más había asombrado a Román, pues, en uno de esos edificios trabajaban sus padres; además, parecía como si hubiera caído una bomba en aquella parte de la sección B.

Cuando regresaron a las casuchas, Román se sintió libre de preguntarle a Zung, lo que le viniera a la mente, y lo que él quisiera.

Pensó sus preguntas en camino, así que estaban bien formuladas.

—¿Por qué diablos estamos divididos en grupos?

Zung miró a Román, tomó aire y dijo:

—No hay comentarios.

Román se quedó idiota por la respuesta, ¿cómo que no hay comentarios? Román no se iba a quedar sin respuesta, así que volvió a preguntar, pero esta vez, Zung parecía haber perdido la paciencia por completo.

—Te dije que no hay comentarios para esa respuesta—dijo desesperado—¡Olvidé decirte que no te puedo responder todas tus putas dudas!

Los dos muchachos seguían caminando, pero los dos iban molestos.

—Y esos edificios, ¿qué ocurrió allí?

—Pregúntaselo a Wood, el lleva más tiempo que nadie aquí. El debería de saber eso.

Román sentía que la sangre le comenzaba a hervir de desesperación. Pero se tenía que tranquilizar, ese era el primer día de su nuevo día, no quería que nada saliera mal.

Román seguía haciendo preguntas, preguntando por la gente de ese lugar; si conocían a la gente de los otros grupos y que si había algo más en ese lugar. Esa última pregunta, captó la atención de Zung.

—Bien, aquí hay cosas que nunca antes habías visto.

—¿Qué? —le respondió. Román.

—Mira, novato. Conozco este lugar. Conozco mi mierda, ¿okay? —Román asintió.

—Bueno, ¿sabes por qué estamos todos nosotros en este grupo? ¿Hay alguna razón?

Zung esbozó una sonrisa y le dijo en tono confidencial:

—Todos aparecimos aquí por la misma razón que tú—dijo acercándose—. Todos fuimos enviados aquí por algo. Nosotros abrimos la puerta de este mundo paralelo.

mundo paralelo, ¿eh?”, pensó Román

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2: Grupo B

Así que levántate dormilón. Ya es hora de rescatar tu mundo

Esa oración retumbaba en la cabeza de Román en sus sueños antes de levantarse. Era la voz de su madre lo que escuchaba, pero él no entendía por qué ella decía aquella oración. Todo era extraño.

Era oficialmente el primer día del Román el Grupo B, no le gustaba demasiado ese lugar, pero era su nuevo hogar; aunque Román estaba seguro de algo: ya no hay retorno.

Cuando el Sol salió en su totalidad, Sarah y Wood obligaron a levantar a Román.

—No me hagas esto más difícil—comentó Sarah, irritada.

Román no estaba de humor y no tenía ganas de levantarse a la hora en la que el Sol estaba en su totalidad. Sarah no dejaba que Wood lo hiciera más fácil, ella estaba segura de que podía levantarlo, y así lo hizo. Tomó de una de las patillas del cabello de Román y tiro de ellas tan fuerte, que, Román pensó por un momento que sus patillas se habían ido.

Román ya estaba más que despierto; estaba muy despierto, enojado y alterado.

¿Por qué diablos hizo eso?”, se quejó Román en su mente.

Román se levantó de la cama individual de mala gana, Zung ya no estaba allí.

—¿Dónde está Zung? —preguntó Román.

—Viendo que hacer. Ocupado—dijo Sarah—. Verás, él es el que se levanta antes que todos nosotros, mucho antes que salga el Sol.

Los tres muchachos salieron de la casita de Zung.

Había mucho movimiento en el Grupo B; algunos muchachos cargaban varia cajas con verduras; otros llevaban cajas blancas, no muy grandes, esos chicos llevaban batas blancas; alguno que otro llevaba un animal de ganado, como una vaca o un cerdo; todos tenían algo que hacer.

—Sarah…—dijo Román, pero no completó la frase, pues no supo que decir.

—Así es—respondió la chica—, todos tienen algo que hacer; pero por ahora, tú eres más importante.

Román se sorprendió, era apenas su primer día en el Grupo B y de la nada, Sarah le dice que él es más importante.

¡¿Qué?!”, se dijo una vez Román así mismo.

—¿De que hablas? —dijo Román con tono de sorpresa.

—No te sientas tan importante—se entrometió Wood—, tú no eres nadie aún. Ni siquiera te hemos dado un buen nombre o apodo.

Los tres caminaron hacia el bosque; al principio Román quería preguntar a dónde iban, pero con el carácter que vio ayer de Zung, decidió guardarse sus preguntas y seguir caminando con ellos.

Llegaron hasta el bosque y se dirigieron a los edificios en ruina. Una vez que llegaron hasta el suroeste; al final del campo de fuerza, se percataron de que Zung los estaba esperando.

—Llegan tarde—les dijo Zung Irritado.

—Pues, deberías reclamarle a nuevito este—le contesto Wood, lanzándole una mirada a Román.

Zung puso los ojos en blanco.

—Ya, ya. Ven Román.

Román dio dos pasos al frente, Zung dio media vuelta y entro al edificio que tenían justo a un lado; para ser exacto, en la esquina, en frente del campo fuerza.

Román volteo hacia atrás para ver a Sarah y a Wood.

—¿Ellos no vienen?

—No.

Román frunció el ceño.

—¿Por qué no?

—Está bien me harte de esto—dijo Zung irritado nuevamente—. Haces muchas preguntas, y no estoy de humor para soportar tus estúpidas preguntas; vas a cerrar la boca y vas a continuar a lo que se presente, ¿entendiste?

Román se quedó callado y sólo pudo asentir con la cabeza. Wood y Sarah se echaron a reír, después se marcharon.

Román y Zung entraron al edificio; no era exactamente un edifico lujoso o algunos departamentos, estaba totalmente deshabitado; con pedazos de concreto y vidrios en el suelo; las ventanas estaban rotas y no parecía haber algún mueble. Zung lo dirigió al sótano de aquél edificio; bajaron las escaleras normalmente, aparentemente, el sótano parecía el lugar más cuidado y limpio; Zung y Román caminaron hasta llegar al fondo de ese misterioso sótano, Zung movió un enorme mueble que era igual de alto que aquel sótano, y ocupaba toda la pared. Cuando el librero se abrió, Román se dio cuenta de que no era un librero común y corriente; era una puerta. Y esa puerta, daba lugar a un pequeño rectángulo, orientado verticalmente, del mismo alto que Zung. Al otro lado no se podía ver absolutamente nada, sólo se podría apreciar las hermosas y misteriosas tinieblas.

—Vamos—le dijo Zung.

El otro muchacho se acercó a la entrada de lo que parecía un túnel, se detuvo, toqueteo la pared un momento hasta conseguir lo que buscaba. Una linterna salió de aquel muro. Zung se introdujo al túnel, enseguida de él Román.

Dentro del túnel no se podía observar nada, sólo un camino con tierra. A Román le seguía pareciendo extraño, la simple idea de que iba a ser llevado a un matadero o a un lugar dónde se muera lentamente, lo aterraba; no confiaba en Zung y le agradaba muy poco, al igual que Zung con Román. Algo no iba bien, Román lo podía asegurar y jurar por cualquier cosa en ese mundo.

Sentir la necesidad de preguntar a dónde se dirigían, invadía a Román; pero él sabía que era inapropiado, Zung se enfadaría con él.

Mientras más se acercaban, Román podía admirar cómo una luz blanca iluminaba el fondo del túnel. Román estaba temeroso y nervioso, pues, no sabía que le esperaba; porque él sabía que eso estaba relacionado con él.

Antes de llegar al final del túnel, Zung apagó la linterna. Al llegar al final del túnel, Román pudo apreciar mejor el lugar: había dos lámparas a los costados que irradiaban una intensa luz blanca, al final había una puerta metálica con algunas luces que parpadeaban. Zung se puso en frente de la puerta metálica, justo a la mitad. Román no pudo ver nada más.

Zung levantó la cabeza y dijo:

—A-N-M-D-C-86-90

Las lucecitas de la puerta se tornaron a un verde, la puerta metálica hizo unos ruidos y finalmente se abrió. Zung y Román entraron.

En ese lugar, se encontraban tres personas esperando sentados en una banca, Román no sabía quiénes eran, hasta que se pusieron de pie.

Miranda, Brenda y Samantha. Las tres tenían el cabello corto, se podía confundirlas por un hombre; las tres de cabello castaño. Miranda tenía fleco y varios lunares en la cara, con una nariz respingada y ojos de una tonalidad verde-azul. Brenda tenía el cabello un poco más largo que sus dos compañeras, no tenía fleco, tenía los ojos grandes y saltones de color verde, una nariz un poco larga y los labios carnosos. Por último, está Samantha, de piel apiñonada, la más alta de sus compañeras, con los ojos cafés, y la nariz pequeña.

—Llegan tarde—le espetó Samantha.

—Ay, Samantha, ya cállate—dijo Zung desesperado.

El lugar en dónde se hallaban era completamente blanco, la pared estaba llena de mosaicos pequeños blancos, a la izquierda de esa habitación, se mostraban dos enormes cajas metálicas, al lado derecho se mostraba otra caja con las mismas características de las otras dos cajas metálicas: grises y oxidadas, con las puertas abiertas y desgastadas.

—¡Se supone que le teníamos que avisar de esto antes de que lleguen los otros seis! —exclamó Samantha.

Zung puso los ojos en blanco.

—¡Claro! Sí—dijo Zung cansado—Es una pena, seguramente morirá. Samantha, por favor.

—¡Sabes las malditas reglas! ¡Fuiste tú…!

Mirando interrumpió a Samantha abrazándola por detrás e intentando levantarla.

—¡Oye, oye! —continuó Samantha— ¿Qué crees que haces? ¡Bájame!

Miranda la puso de pie, cerca de la caja que se ubicaba del lado derecho.

Román se preguntaba para que eran esas gigantescas cajas.

¿Qué demonios harás con estás cajas?”, se preguntaba mientras pensaba en cómo iba a formular su próxima pregunta “

—¿Y para qué son esas cajas? —preguntó Román.

Las tres chicas le lanzaron una mirada a Zung.

—¿No le has dicho? —le preguntó Miranda molesta.

—No—le contesto Zung, provocando un sonido chillón en su respuesta. Después, se volvió con Román—. Escucha, en esas cajas—señalo una de las cajas—vas a ir con Miranda, Brenda y Sam a una arena…

—¡¿Arena?! —dijo Román alterado—¿Ustedes me quieren matar acaso?

Zung trataba de hablar despacio y en un tono normal para no desesperarse, pero Román hablaba muy rápido, estaba agitado y no paraba de moverse, al igual que sus brazos.

—Román…

—…¡Esto es el colmo! —seguía exclamando Román— ¡Me hubieran dejado morir lentamente en mi casa!...

—Román, por favor…

—…¡Diablos! ¿Qué hice?...

—Román, déjame hablar…

—…¡Ya lo sabía! ¡Sabía que me iban a enviar al matadero para…!

Zung le dio una buena bofetada a Román, éste, cayó al suelo. Las tres chicas se sorprendieron tanto que provocaron un sonido con sus bocas y se quedaron perplejas.

—¡Te dije que te callaras, y me escucharas!

Román cayó de rodillas, se apoyaba con una sola mano para no caerse mientras se tocaba la mejilla con la que había recibido la bofetada. La mejilla le ardía a Román, y le dolía.

—Vas a ir a una arena, con ella tres para enfrentarte con otras seis personas—continuó Zung—. No te van a matar, van a evitar a toda costa que logres tu jodido objetivo—Zung miraba con odio a Román, pero aun así, ayudó al muchacho a ponerse de pie—. Van a haber cinco espejos, ¿entiendes? —Román asintió con la cabeza—Bien, esto es una prueba, de todo tipo; mental, física… Tienes que ser listo, porque no todo es igual, tienes que darte cuenta de todo.

—¿Para qué hago esto? —le interrumpió Román.

—¡Cállate! La arena va a tomar en cuenta tus fortalezas y tus pensamientos. Ellas tres van a ayudarte a que logres el objetivo.

—¿Cuál es?

Zung se quedó callado un par de segundos, porque el sabía que no había dicho cuál era el objetivo. Por un momento, Zung pensó en no decirle nada, pero por otra parte, Zung se veía reflejado en Román y le recordaba mucho a él; por eso, decidió decirle que era lo que tenía que hacer.

—Tienes que verte en alguno de los espejos que hay en la arena.

A Román le pareció absurda esa “prueba”, así que esbozó una sonrisa y dio un par de carcajadas.

—¿Sólo eso? ¡Ja! ¡Qué fácil! —se burlaba Román.

—Ningún espejo se refleja aquí, idiota—le ladró Brenda.

A Román se le borró la sonrisa del rostro.

—¿ A no?

—¡No! —gritaron al unísono las cuatro personas en esa sala.

Zung tomó de los hombros a Román y le dijo:

—No va a hacer fácil. Todos van a querer matarte, besarte o simplemente golpearte. Así qué, piensa bien lo que vas a hacer.

—No crees, que deberían acompañarme tres hombres en vez de tres chicas—dijo Román a Zung en tono confidencial.

—No, imbécil—dijo en voz alta Zung—. No me importa si son hombres o mujeres. Las escogí porque sé lo que hacen y porque yo quise, y si no te parece, puedes ir tú solo—Román no dijo nada.

De la nada, las paredes de las laterales se abrieron y dos grupos de tres personas salieron de allí.

—Y bien, ¿cuándo empezamos? —dijo un chico pelirrojo que salió del lado izquierdo.

Los chicos se presentaron rápidamente, del lado de donde habló el chico pelirrojo era el Grupo C, y lo conformaban, Amms, Jane y Nicky; del lado derecho era el grupo A, lo conformaban dos gemelas, eran completamente rubias, con los ojos castaños y labios carnosos y un chico pecoso con el cabello chino de color verde.

Todos aparentaban tener casi la misma edad. El chico pelirrojo, le lanzaba miradas retadoras a Román, el muchacho hacía lo mismo.

Repentinamente, la sala se tiñó de rojo, pues una luz se activó y una voz femenina dijo:

—30 segundos.

Román y las tres chicas se introdujeron en la caja. Román se volvió para ver a Zung y dijo:

—¿Alguna última cosa?

—Bienvenido al Grupo B.

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3: La prueba de los Espejos

La caja se elevaba lentamente. Román clavó su mirada en el techo y pudo notar que techo se abría al mismo tiempo que la caja metálica se elevaba. La luz que se infiltraba le lastimaba los ojos.

Cuando salieron a la superficie, la luz blanca cegó a las cuatro personas dentro de esa caja.

Cuando recuperó la vista, Román vio la arena. Una pradera. Agachó la cabeza y se dio cuenta de que ya no estaban en la caja, ahora estaban en una superficie plana, sin nada a su alrededor. Román quería salir ya a la arena, pero Miranda lo tomó del pechó y le detuvo. Miranda sacudió la cabeza.

Al lado del equipo de Román, se encontraban las dos gemelas y el chico pecoso del Grupo A. Casi al frente del Grupo B; se encontraban el chico pelirrojo, Nicky y Jane.

Al centro de la pradera, se encontraba una enumeración holográfica. Había empezado con el número 60 e iba disminuyendo.

59…58…57…56…55…54…53…52…51…50…49…48…47…46…45…

Román localizó rápidamente el primer espejo; se ubicaba al noroeste, alrededor de unas florecillas amarillas.

El Sol, no iluminaba de todo, el cielo estaba despejado y coloreado de un azul demasiado claro. Era completamente diferente—en todo sentido—al Grupo B.

35…34…33…32…31…30…29…28…27…26…25…24…

Cada segundo se le hacía un siglo a Román. La emoción que había acumulado en el transcurso de la caja a la arena, se estaba yendo lentamente; Román no podía esperar ningún momento más.

¿Cuánto tiempo más?”, se preguntaba Román con desesperación.

…13…12…11…10…9…8…7…6…5…4…3…2…1

¡BOOM!, se escuchó cómo si alguien hubiera apretado el gatillo de alguna pistola.

Román salió disparado hacia su primer objetivo: el espejo del noreste. Miranda salió enseguida de Román y le seguía el paso a Román. Miranda y Román eran buenos corredores.

Brenda y Samantha, salieron en dirección opuesta, corrieron hacia la ubicación de las gemelas y del chico del cabello verde.

En cuanto a Román; él se acercaba a su objetivo, pero el chico pelirrojo se acercaba a una velocidad que daba miedo. Román, giró su cabeza en dirección de dónde provenía el chico de cabello de zanahoria, el muchacho estaba dispuesto a derribar a Román y acabar con la prueba rápidamente; pero Miranda se arrojó con el chico rojo, y giraron varias veces; Román no dejaba de observar aquel encuentro, Mirando quedó encima del chico y lo tenía enredado con sus pies y brazos de una forma extraña. Los pies del chico pelirrojo estaban en medio de las pantorrillas de Miranda, y ésta, apretaba con fuerza para que él no pudiera patalear; Miranda, sujetaba los brazos del muchacho con fuerza. Román admiró esa acción, ahora entendía porque Zung las escogió.

Dung.

Se escuchó cuando Román chocó contra el espejo, lo primero en golpearse fue la nariz, después de eso, Román cayó al suelo.

Román se levantó decidido a reflejarse en el espejo. Acababa de dibujar una sonrisa en su rostro cuando se dio cuenta de que, Brenda no le había mentido. En vez de reflejar la pradera que se encontraba detrás de él—o él—, sólo se podía observar cualquier otro lugar. En aquél espejo, lo que Román vio fue un comedor, no parecía un gran comedor súper lujoso; más bien era cómo una mesa cuadrada, elegante lo suficiente grande para cuatro personas; con sus sillas bien ordenadas y también elegantes, del mismo color que la mesa: chocolate; no estaba iluminado del todo, lo iluminaba una luz amarilla, poco intensa, perfecta para una cena romántica; había dos platos en la mesa con dos servilletas de tela acomodadas en forma de un triángulo cada una. De la nada, apareció una pareja, besándose apasionadamente. Se acostaron en la mesa, y la mujer comenzó a desabotonar la camisa del hombre. Román estaba confundido y anonado.

Lo que a continuación vio Román, fue algo traumático:

La mujer parecía estar excitada, y el hombre que estaba con ella, parecía estarlo también. Sin pensarlo, la mujer se montó en el hombre y sacó una navaja—de esas que antes utilizaban para rasurarse—, y le cortó el cuello. La sangre salpicaba y se extendía por el cuerpo de aquél hombre. Román se exalto y se hizo para atrás. Entonces, Román optó por buscar otro espejo.

Se volvió a ver a Miranda, que, forcejeaba con el chico rojo y las gemelas estaban en el suelo, sujetadas por Jane y Nicky; Brenda y Samantha sujetaban al chico del cabello verde, pero éste, no se dejaba.

Román se percató que el espejo más lejos, estaría a un kilómetro de distancia y el más cerca, a medio kilómetro. Román decidió recorrer un kilómetro para ayudar a Brenda y a Samantha.

Corrió.

Corrió lo más rápido que pudo. Román llegó rápidamente al lugar dónde estaban Brenda y Samatha. Quería ayudar, pero Brenda le gritó que no, y cómo lo obediente que era Román; lo hizo sin poner objeciones o peros.

Llegó al otro espejo y vio algo diferente: vio a una familia reencontrándose en la salida del aeropuerto; el padre—lo más seguro—estaba contento de ver a sus dos hijos, y también estaba feliz de ver a su bella esposa. Román sintió una punzada de dolor y tristeza, pues, sabía que esas veces de ver a su padre llegar de un viaje se habían extinto hace años, y ahora lo veía cada vez que su madre estaba de buenas, pero ahora tenía una nueva vida, y esos recuerdos los tenía que desechar.

De improviso, la arena comenzó a cambiar. Unas franjas hechas de roca comenzaron a salir de la tierra, la pradera se estaba convirtiendo en otra cosa. En dónde se encontraban, Brenda, Samantha y el chico de los cabellos chinos, se había esfumado el pasto y ahora estaban aferrándose por flotar en el agua que chocaba con la franja y provocaba olas agresivas.

La cosa era sencilla, en media arena, habían salido seis franjas y en cada espacio que había entre cada franja, había una cosa diferente. Román se encontraba en una franja; vio claramente piedras picudas en un espacio, y en el otro un interminable vació.

El rectángulo que antes era la caja, se convirtió en 4 cuadrados perfectos, y ahora estaban divididos: 2 entre cada franja.

Román no sabía que hacer: si mirar al espejo o correr sobre esa franja hacía la pradera. Ahora en ese lado de la arena, el cielo se había tornado gris, y la velocidad del viento comenzó a acelerar.

Román se asustó.

Brenda y Samantha pedían ayuda a Román, pues el chico verde casi salía del agua. Finalmente, el Verdoso subió a la franja y le echó una mirada de odio a Román. Fue ahí, cuando Román entendió, que no se llevaría bien con esa gente, en especial con el Verdoso y el Rojo.

Román corrió sobre la franja hacía la pradera. Pero, se dio cuenta que conforme se acercaba, la pradera se transformaba. El Verdoso, iba detrás de él; supo que valdría la pena seguir corriendo.

Volteó a su derecha y pudo apreciar otro espejo. Así que, dobló a su derecha; otra franja se iba formando, pero si Román seguía, probablemente caería en alguna cosa de la que no saldría fácilmente, así que, siguió la franja (que no estaba a cinco pasos a su derecha) y corrió hacía el otro espejo.

El Verdoso, casi le pisaba los talones, pues lo tenía a unos cuantos paso atrás de él. Román giró su cabeza hacía su derecha, y pudo notar que la pradera estaba regresando en el oeste. Brenda y Samantha se encontraban en el pasto; al igual que las gemelas, Jane y Nicky. Después, Román giró su cabeza hacía la izquierda, y al fondo—dónde estaba Miranda, forcejando con el pecoso—la pradera aun dominaba en aquel punto.

Román llegó al espejo y se detuvo, pues, el chico verde estaba detrás de él. El chico tenía dos opciones: tirar al Verdoso a una trampa de cualquier lado de la franja donde yacían parados o, arrojarse él mismo e huir.

Román se volteó y quedo de frente con el Verdoso; sus cabellos chinos parecían enredaderas y sus ojos dos bolas de cristal. Román le echó un vistazo a lo que tenía alrededor: arena en su lado derecho y agua. Optó por arrojarse al agua.

Y así lo hizo.

Hizo un bueno clavado. Nado por debajo—que era lo que mejor sabía hacer—, era buenísimo nadando por debajo, era rápido y ágil. Levantaba la cabeza un par de veces para ver si no chocaba con la franja. Cuando llegó, salió rápidamente del agua y se subió a la franja.

Examinó rápidamente el lugar, las gemelas iban acercándose a él; tenía un espejo exactamente enfrente de él, sólo tenía que correr, hacer que las franjas aparecieran y hacer que esas brujas se hundieran o lo que tenía que pasar. Y lo hizo. Corrió rápidamente y las franjas aparecieron de nuevo. Román seguía asustado. Cuando paso cerca de las gemelas, las franjas aparecieron y un vidrio cubrió ese lado de la franja; las gemelas corrieron y chocaron con aquello, pero sus cuerpos salieron volando por los aires. Acababa de estallar aquel vidrio.

Román se alteró y siguió corriendo.

Llegó velozmente al otro espejo. No podía ver nada reflejado. Comenzaba a desesperarse, a querer saber porque diablos lo habían enviado a un lugar dónde los espejos no se reflejan, ¿acaso le habían visto la cara de idiota a Román? ¿No era ya suficiente hacerlo sufrir con el cambio de arena? Román quería salir de allí huyendo.

Román agachó la cabeza y se quedó inmóvil y en silencio; pudo apreciar cómo un sonido extraño le reventaba los tímpanos; era con un chirrido de algo metálico y algo de hule. Era una cámara. Provenía de la franja de roca. Una luz roja tintineante, se podía observar claramente.

Román se puso de cuclillas para ver mejor. Los estaban grabando. Quién sabe cuanta más gente estaba viendo esto. Román sintió una punzada de odio contra Zung por no haberle advertido de aquel pequeño gran detalle.

¡PUFF!, se escuchó. Román echó una mirada. Un chorro de lava acababa de salir de los espacios que había entre cada franja. Parecía que ya entendía que es lo que sucedía en la arena.

La arena va a tomar en cuenta tus fortalezas y tus pensamientos. Ellas tres van a ayudarte a que logres el objetivo.”

Fueron las palabras que le dijo Zung a Román antes de ir a la arena.

¡Claro! ¿Cómo pudo ser tan estúpido? Zung se lo dijo y, ¡él había olvidado todo lo que le dijo!

Pero aun había algo que no encajaba en el rompecabezas. ¿Cómo por qué había una cámara en la franja grabando a Román? El chico estaba seguro de que Zung no le dijo nada de una cámara, o de que lo verían todos los malditos grupos.

Sintió otra leve punzada de dolor y está vez, venía incluida una de odio contra Zung. Román estaba realmente molesto consigo mismo y con Zung. No había para más. En ese momento, otros chorros de lava salieron, está vez en cantidad menor, pero aun así, lo suficiente letales para convertir a alguien en piedra maciza.

¿Qué pasaba con el espejo? Ya estaba claro lo de la arena, pero, ¿cómo iba a ganar ésta prueba si ningún espejo se refleja y sólo te muestra un acontecimiento?

Un espejo. Tick-tock. La arena. Tick-tock. Reflejo. Tick-tock. El borde de la arena.

Román echo la cabeza para atrás y fijo los ojos, entrecerrados, en el borde de la arena. Pudo ver detalladamente, cómo un avión se estrellaba contra una torre. Nada nuevo le parecía a Román. Ni siquiera sintió algo al ver esas imágenes.

Entonces el borde de la arena era el quinto espejo.

¿Cómo diablos iba a haber un espejo gigante en el borde de la arena? Eso era absurdo y tonto. Sólo a un idiota se le pudo ocurrir poner un espejo en lo más alto de la arena, y probablemente, el más grande de todos los espejos presentes.

La arena comenzó a cambiar nuevamente, ahora, Román se encontraba en un lugar rocoso. La tierra se elevó un metro y medio a lo mucho.

En esa parte de la arena, el cielo parecía un gran hielo. El viento parecía ser arrojar vidrios pequeños. El viento se había convertido en algo tan frio que con tal sólo sentirlo, la piel se quemaba.

La indiferencia estaba abrazando a Román.

Diablos”, pensó Román.

Román comenzó a descender de esas piedras, pero no era estúpido.

Sabía que si se alejaba de ese lugar rocoso y se acercaba a otro lugar de la pradera, las rocas se elevarían nuevamente.

Así que, Román trató de respirar hondo y recordar algo bueno o bonito. Courtney.

Fue lo único que pudo pensar. En su novia, pues, según Román, podría hacer cualquier cosa porque, el amor que sentía por ella era más grande que cualquier montaña. Eso podía asegurarlo.

Las rocas comenzaron a descender. Comenzaron a desaparecer. El viento dejó de soplar tan fuerte y tan fríamente. La arena estaba volviendo a la normalidad.

El Verdoso y el Pelirrojo estaban cerca. Román estaba tranquilo, pero deseaba estar enojado para poder ver si algo malo podía pasarle a los dos muchachos.

Román estaba tranquilo. Les echó una miradita y después corrió hacía su derecha. Los dos muchachos salieron enseguida detrás de él.

Miranda, Brenda y Samantha se encontraban cerca; pronto ayudarían a Román. Entonces Román se libraría de su indiferencia y de su ignorancia.

Ella no era lo que yo esperaba, lo que buscaba. No”, percibió Román súbitamente dentro de su cabeza. Era la voz de un chico, pero ¿quién? Seguramente es un recuerdo viajero.

Román estaba toreando a los dos muchachos. Lanzando groserías y jugando con ellos.

A Román le parecía lo más razonable, ya que, seguramente lo iban a descalificar porque no ha logrado su objetivo.

Idiotas”, se dijo Román, burlándose del Verdoso y el Pelirrojo.

Román pasó al lado de un espejo, no se vio reflejado en el espejo exactamente; pudo ver la misma pradera, y a un chica que, obviamente, no se encontraba en aquella arena en esos instantes; la chica parecía desconcertada, pero estaba cerca de uno de los espejos, ella corría hacía uno de los espejos.

Román ya lo entendía todo.

Se detuvo. Empezó a observar la arena nuevamente.

—Es un engaño—dijo susurrando.

Claro que era un engaño. Zung casi se lo dice. ¿Cómo no lo pudo entender antes?

—Es un engaño—repitió con voz clara.

Román exhalo aire, abrió la boca y estaba completamente a gritar su siguiente frase a todo pulmón.

—¡Es un…!

Pero el chico pelirrojo lo derribó.

La arena se oscureció y unas trompetas sonaron, pero era un sonido cómo si hubiese sido de decepción.

Pues, Román había perdido.

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4: El Cuarto de la Tortura

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5: La Teoría del Grupo B

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6: Flashbacks

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7: Jena McCarthy

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9: Entrenamiento

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10: Intervenciónn

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11: Fallo y Anuncio

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12: Nancy Tronks

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13: Presas de la Naturaleza (Explícito)

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14: La Preparación del Grupo B

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15: "Knowledge"

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16: Invasión Parte I

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17: Grupo A

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18: Aliados

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19: Grupo C

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20: ¿Realmente estamos listos para esto?

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21: Invasión Parte II

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