Crónicas del Submundo I - El último Guardián

 

Tablo reader up chevron

Chapítulo 1: Érase una vez un mundo dividido en dos

Las mañanas otoñales del Submundo eran frescas, pero soleadas. Si vivías en el campo, los ratones se metían de madrugada en tu casa para refugiarse del frío y los gallos te despertaban a horas que habrían sido consideradas indecentes por cualquier habitante de la ciudad.

La granja de la señora Pania era conocida por la buena leche de sus vacas y la mala de su dueña. Era una anciana huraña, de nariz aguileña y espalda encorvada por la edad, con un moño estirado hasta la saciedad que le tensaba la piel de la cara. Había aparecido por el valle de los Sauces Llorones hacía unos diez años atrás, trayendo consigo una niña.                          

Aquel valle estaba situado en Ozirian, reino de entes, término usado para designar a las criaturas que no eran humanas. Como bien sabían todos, ningún humano, a excepción de los habitantes del castillo y los Guardianes, tenía permitido vivir allí. Sin embargo, aunque a primera vista la vieja Pania pareciera humana, debía tener también algo de bruja, pues nadie era capaz de ver su granja a menos que ella lo permitiera. Se mantenía oculta en su pequeño hogar y cuando necesitaba algo mandaba a su inquilina bajar por la colina hasta la ciudad de Nocream.

 

A los entes del valle les habría dado igual la existencia de la granja, sino fuera porque una de los suyos, una ninfa del bosque, le había cogido apego a la niña de la que cuidaba la señora Pania, y eso rompía la norma más importante de los Cuatro Reinos: No debe haber ningún tipo de relación entre entes y humanos. Por eso, cuando la cría de ninfa se escabullía entre los árboles para visitar a su amiga, un montón de ojos brillantes las seguían continuamente, preparados para intervenir en caso de que un Guardián las viera. Porque sabían cuál era el castigo por incumplir la norma de oro.

Pasaron diez años desde que la granja apareció en la cima de la colina. La vieja Pania se volvió más vieja si cabe y su carácter se avinagró. Mientras tanto, la niña también creció, convirtiéndose en una joven de dieciséis años con el rostro pecoso y la piel morena debido a pasar tantas horas bajo el sol. A parte del paso del tiempo, todo seguía igual. Así que cuando el primer rayo de sol asomó aquella mañana de otoño por la ventana de Scarlett, esta se desperezó lentamente y con un bostezo, se levantó de la cama.

Caminó por su cuarto apenas abriendo los ojos, no lo necesitaba, se lo sabía de memoria. Cogió la jarra de agua y echó un poco en el plato. Se lavó la cara intentando no pensar en lo fría que estaba y abrió su armario, un mueble anticuado y carcomido por las termitas, pero que bien servía para su función. Tenía dos prendas, un vestido blanco y verde, de mangas cortas y ceñido hasta la cintura, dejando luego caer un poco de vuelo hasta las rodillas, y una capa negra, que le quedaba grande demás y se descosía por la capucha. Sacó el vestido y se quitó el camisón, dejándolo cuidadosamente doblado en el suelo del armario. Luego, hizo la cama y abrió las ventanas. Estaban llenas de telarañas. Otra vez. Scarlett suspiró, resignada y decidió dejar a las arañas cazar unas cuantas moscas más antes de destrozar su trabajo. Bajó las escaleras sin hacer ruido, pero fue inútil.

—¡Buenos días, holgazana!—bramó la vieja Pania, que la esperaba sentada en la cocina.

—Buenos días, señora.—contestó Scarlett poniéndose un simple delantal blanco y yendo a hacer el desayuno de ambas.

Scarlett sabía que a la anciana le encantaba quejarse nada más empezar el día, así que cogió un par de huevos de la cesta de mimbre con tranquilidad, apartó la cáscara y los echó a la sartén.

—¿Qué horas son estas? ¡Llevo esperándote siglos! ¿Y es que no sabes peinarte?

—Yo diría que son las seis de la mañana, señora—contestó Scarlett mirando por el ventanuco hacia el sol, con cara de concentración—Pues deberíais tratar de dormir mejor, el descanso es importante. ¿Le ocurre algo a mi pelo?

La vieja farfulló algo parecido a: “Está hecho un desastre” que apenas se entendió porque Scarlett le acercó un trozo de pan y empezó a devorarlo con ansias. La joven cogió un caldero vacío y observó su reflejo en él, bastante distorsionado. Sí, era verdad, tenía el cabello convertido en un remolino rojo de nudos. Como sabía que era un caso perdido, acabó de hacer el desayuno y comió junto a su patrona sin hacer ninguna de las dos más comentarios.

A las ocho apareció, como todos los días, el lechero para recoger las jarras de leche con las que la granja se mantenía a flote. Era un cíclope joven y encantador que llevaba con ese trabajo desde que era un crío.

—Buenos días, Scarlett.—la saludó agarrando varias jarras vacías. Las elevó haciéndolas tintinear.

—Buenos días, Pill.—respondió esta con una tímida sonrisa.—Te llenaré eso en seguida.

Marcharon hacia el corral, donde había varios cubos de madera hasta arriba de leche. Cuando hubieron llenado las botellas, Scarlett le ayudó a cargarlas hasta la entrada y se despidieron. El chico parecía reacio a marcharse e inspeccionaba el lugar alargando el cuello, cosa que Scarlett percibió.

—¿Pill? Si estás buscando a Larissa...me temo que aún no ha llegado.

—¿Qué? No, no...si yo no era por...bueno, ¡hasta mañana!

Scarlett sonrió con indulgencia según el cíclope se iba alejando. En el fondo le daba un poco de lástima, sabía que su amiga nunca tendría los mismos sentimientos que él, ni el mismo cosquilleo en la barriga por los nervios, ni echaría miraditas nerviosas a todas partes en su busca. Principalmente, porque ese no sería el comportamiento natural de una ninfa del bosque...y porque Larissa siempre había sido un tanto especial.

Era un viernes. Y eso significaba que sería un día con mucho trabajo. Tendría que bajar al pueblo al mediodía, cuando la mayoría de los soldados y Guardianes estaban haciendo la pausa para comer. Los domingos cerraban todos los comercios y los sábados el mercado, por esto los viernes eran el día con mayor ajetreo entre los habitantes del Valle de los Sauces y sus alrededores. Teniendo en cuenta que la señora Pania tenía un apetito descomunal a pesar de ser tan escuchimizada, las provisiones nunca debían faltar. Scarlett tampoco podía quejarse de no haber sido alimentada correctamente, pues, en parte por vivir en una granja llena de animales, nunca había pasado hambre. Llevaba una vida tranquila y corriente, si se pasaba por alto que debía mantenerse escondida y que si algún soldado de Ozirian descubría que era humana, la matarían. Tendió un bloque de heno en el establo. Mientras veía al caballo comer con la cabeza gacha, le acarició las crines.

—Es raro ser humana y a penas conocer a los de mi especie, ¿verdad chico?

El animal la ignoró y siguió mordisqueando su comida.

—Para ti es fácil, hay cientos de caballos en todas partes.

—Tienes que quitarte esa manía de hablar sola, te volverás loca.—intervino una segunda voz.

Scarlett rió sacudiéndose de las manos los restos de paja.

—Hablaba con el caballo.

La persona que había hecho su aparición era fácil de describir: hermosa. Tenía una belleza exótica, pero a la vez delicada y elegante. Sobre sus pies descalzos se alzaba un cuerpo delgado de suave piel verde. Cubierta tan solo con un vestido corto que parecía fabricado con hojas y flores entrelazadas esmeradamente. Dejaba poco a la imaginación.

—No, calla, solo lo estás empeorando. Salgamos de aquí, esto apesta a cuadra.

Scarlett no pudo evitar volver a reír.

—Quizá sea porque es una cuadra.

Cuando salieron al exterior de la granja consiguió por fin ver una sonrisa extenderse por los finos labios de la ninfa.

—¿Vas a bajar al mercado?—no esperó por una respuesta—Te acompaño.

La muchacha pelirroja agarró un cubo vacío y se dirigió hacia el pozo, seguida por Larissa.

—Sabes que no necesito escolta, a estas alturas todos creen que soy algún tipo de mujer lobo o algo así.—ató el cubo a la cuerda y empezó a hacerlo bajar por la oscuridad del pozo.—O puede que sepan que soy humana y no les importe, como pasa en el bosque.

—Scarlett.—el repentino tono serio de la ninfa hizo que se girase—¿No estarás realmente pensando eso? ¿Verdad?

Scarlett tiró de la cuerda y el cubo rebosante de agua subió. Los ojos verdes azulados de Larissa la escrutaban con severidad y diversión a la vez. Larissa era muy protectora con su amiga, pero también adoraba el peligro y la incertidumbre. Se habían metido en muchos líos juntas, pero siempre habían salido ilesas de una u otra forma. Scarlett no lo había dicho en serio, sabía que en el bosque solo la aceptaban porque no se acercaba a ellos y tenía el favoritismo de la ninfa, pero en el pueblo las cosas serían distintas. Si algún ente descubriera su verdadera condición, la denunciaría sin remordimientos.

—Claro que no.—contestó al fin.

—Bien. ¡Y ahora apura y acaba con las tareas, quiero bajar ya!

La pelirroja puso los ojos en blanco y volvió a entrar a las cuadras para echar el agua en el bebedero del caballo. Se secó las manos en el delantal y cogió una pala.

—Aún tengo bastante por hacer...¿me ayudas a recoger el estiércol?—preguntó señalando al suelo lleno de excrementos de animales.

Ya sabía cuál sería la respuesta, pero la cara de asco que puso la ninfa valió la pena.

—Sigue soñando.

Scarlett continuó haciendo sus quehaceres, los cuales siempre eran más entretenidos si podía charlar con Larissa mientras trabajaba. Scarlett mencionó a Pill, pero no consiguió ganar el interés de Larissa.

—Si sigues insistiendo pasaré una noche con él, ¿de acuerdo?—la ente suspiró y se acicaló la larga cascada de pelo liso como una tabla por quinta vez en menos de un minuto. Las hebras verdes corrieron entre sus dedos con suavidad. Era fácil quedarse pasmado mirándola durante horas, admirando su belleza.—¿Contenta?

—No creo que sea eso lo que él quiere...

Larissa rió.

—¿Acaso no es eso lo único que quieren todos los hombres?—lo decía como una broma, pero había cierto tono de reproche en sus palabras.

A Scarlett le costaba creer que tuviesen prácticamente la misma edad. Cuando Larissa decía cosas como aquella, la veía mucho más adulta, muy diferente a como se veía a ella misma.

Recogía tomates del huerto en silencio, no quería contestar porque no estaba muy cómoda con ese tema. Vivir la mayor parte del tiempo aislada en la granja tenía muchas desventajas, una de ellas no poder conocer a casi nadie. Era por su propia seguridad, lo entendía. Ser amiga de Larissa y poder bajar a comprar al pueblo ya era un exceso. A veces se preocupaba, en las silenciosas noches de otoño tumbada en la cama, pensaba si algún día las descubrirían a ella y a la vieja Pania. Si en un momento de descuido cuando la anciana disipaba el hechizo, o lo que fuera que mantenía oculto su hogar, para dejar pasar al lechero, un Guardián estaría pasando por allí y...

—Deja, yo llevaré la cesta a la cocina.—dijo Larissa sacándola de sus pensamientos y quitándole de las manos la cesta llena de tomates.

Scarlett también entró en la casa y subió a su habitación para coger su capa. Se la puso sobre los hombros y bajó corriendo las escaleras, que crujieron amenazadoramente bajo sus pies. Abajo encontró una escena graciosa. La ninfa era demasiado alta y casi chocaba con el bajo techo. Tuvo que reprimir una carcajada, desde luego Larissa no encajaba en absoluto en aquel lugar.

—Deberías estar en un palacio o algo así.—comentó Scarlett de buen humor.

—Ya somos dos las que lo pensamos.—dijo la otra.—Y ahora ponte esa capucha, no queremos que ningún estúpido soldado vea tu bonita cara. 

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...
Smile Live and Love

O tal vez la haya y yo no lo sé...¿Quien me saca de la duda? :c

Smile Live and Love

quiero agregarlo para leerlo siempre, pero no hay la opcióncita esa, como en wattpad :c I'M SO SAD :cccc

Chapítulo 2: Trifulca en el callejón

El bullicio era el principal protagonista de la ciudad de Nocream por el día. Las noches eran silenciosas, porque los Guardianes eran muy estrictos en los toques de queda. Las gentes se arremolinaban en las calles comprando, vendiendo y haciendo trueques. La ciudad en sí era un gran mercado. Se podían encontrar entes de todo tipo, pero sobre todo aquellos que solían habitar cerca de bosques y montañas: elfos, cíclopes, duendes y hadas circulaban a sus anchas por las abarrotadas calles. Por eso nadie prestó atención a la llegada de una ninfa y una mujer encapuchada. Taparse el rostro era algo habitual.

—Recuerda no separarte mucho, ¿de acuerdo? 

Eso es lo que Scarlett habría oído si estuviera prestando atención a su amiga. Pero era una de esas pocas veces donde podía ver algo más allá de su pequeña granja y tenía intención de grabar cada detalle como si fuese un tesoro. De vez en cuando dejaba salir la punta de su nariz de la capucha para oler el pan recién hecho o la fuerte esencia de la herboristería. Una mancha roja pasó como el rayo por delante de ellas, casi atropellándolas y siguió su camino. Parecía ser un florista cargado hasta las cejas de macetas y a punto de perder el equilibrio.

—¿Eso no eran tulipanes?—preguntó Larissa—¿Compramos algunos?

Scarlett persiguió con la mirada las macetas hasta que el florista hubo desaparecido tras la multitud.

—Mejor...no.—dijo Scarlett—Tenemos el dinero justo para los recados que me mandó la señora Pania.

Larissa se encogió de hombros.

—Como quieras, pero deberías darte un capricho de vez en cuando.

—Lo sé.—dijo Scarlett dirigiendo una mirada pícara a su amiga. Metió la mano en el bolsillo justo en el centro de su vestido y sacó un pequeño saco de piel. Desató la cuerda que lo ataba y sacó un par de monedas de hierro de su interior.—He estado ahorrando.

La ninfa hizo un esfuerzo por aguantar la risa. No quería burlarse, pero dos monedas de hierro eran una cantidad ridícula para la sonrisa orgullosa que tenía Scarlett.

—¿Cuánto tiempo llevas ahorrando? ¿Dos días?—le preguntó tapándose los labios con la mano para que no viese la mueca burlona.

Scarlett alzó las cejas con sorpresa ante la pregunta.

—¿Qué? Claro que no, empecé hace un año.

Larissa bajó la mano de su boca porque ya no tenía mueca ninguna que esconder. A veces olvidaba lo duro que trabajaba su amiga cada día. Ella vivía con bastante libertad en lo que cabe, con tal de mantenerse alejada de las autoridades humanas podía hacer lo que quisiese en cierta medida y no tenía problemas en conseguir cosas materiales o beneficios. Tenía el arma de la persuasión consigo, y funcionaba muy bien, especialmente en hombres. Pero Scarlett nunca aceptaba regalos ni limosnas, decía que era feliz viviendo de forma modesta y que se sentiría mal porque no podría devolver los regalos.

Larissa frunció el ceño y decidió que su amiga no se iría de allí sin sus flores. Echó un rápido vistazo alrededor y encontró una presa fácil: un ogro. Bebía cerveza tras cerveza sin mesura, riendo a carcajadas con otro de su raza y dando fuertes golpes en la mesa. Cuando el tabernero se acercó a rellenarles las copas, el ogro sacó una moneda de oro y se la dio. Larissa sonrió triunfante: ¡tenía dinero! Seguro que suficiente para un par de flores si una hermosa ninfa se lo pedía. Los ogros se perdían por las ninfas, tan delicadas y elegantes, tan diferentes de ellos.

—Voy a saludar a un amigo que acabo de ver. Ve adelantándote hacia la pescadería y enseguida iré yo.—le dijo a Scarlett.

Scarlett asintió y dio media vuelta para dirigirse a la zona del mercado donde estaba el pescado.

En menos de cinco minutos, Larissa había vuelto al lado de la muchacha pelirroja con cara de repugnancia y reajustándose las ropas, pero con dos preciosos tulipanes rojos atados por un lazo azul. Scarlett, que ya había comprado medio salmón y pagado a la pescadera, se sorprendió mucho al verla llegar en ese estado. En un primer momento ni se fijó en las flores.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?—preguntó preocupada.

Larissa soltó un bufido.

—Hay algunas criaturas demasiado estúpidas y deficientes como para entender lo que significa un “no” por respuesta.—Scarlett se enfadó y empezó a buscar al ogro con el que Larissa estuvo hablando, mas la ninfa sonrió y le entregó las flores—Había un Guardián cerca que lo detuvo y se lo llevó. Te juro que toda la Guardia me parece escoria, pero ese tipo parecía bastante decente...fue educado.

Scarlett abrazó a su amiga suspirando.

—Mira que ir tan lejos solo por esto...ay, Larissa, no hacía falta...—acarició un pétalo con ternura y olió las flores cerrando los ojos. Al final, aunque seguía preocupada, acabó sonriendo—Muchas gracias, son muy bonitas. Al llegar a casa las pondré en un jarrón y no dejaré que se pudran nunca.

—¿Eres tonta?—rió Larissa—Todas las flores acaban pudriéndose hagas lo que hagas. Cuando se mueran te compraré otras y punto.

Scarlett le lanzó una mirada furiosa y metió los tulipanes en la cesta con cuidado.

—¡Estas son especiales! Me gustan.—sacó sus dos monedas de hierro del bolsillo y se las dio—Y no me comprarás nada más. Toma. Sé que es menos de lo que te costaron, pero ahora mismo no puedo darte más.

—¡Yo...!—“No necesito para nada ese dinero” estuvo a punto de decir. Se contuvo a tiempo, pues pensó que sería grosero y que Scarlett se sentiría mal si despreciaba lo que le había costado tanto conseguir. Pero también ella se sentía mal por quedarse con lo poco que tenía.—Pero...

Scarlett le guiñó un ojo.

—No pongas esa cara, además, yo quería comprar las flores, así que es dinero bien invertido.

Se empezó a alejar canturreando por lo bajo, convencida de que Larissa la seguía detrás. Justo en ese momento, el Guardián que la había rescatado del ogro volvió a aparecer con intención de hablar con la ninfa. Esta se alarmó e intentó avisar a Scarlett, pero ya se había alejado demasiado y ya ni la veía entre el mar de gente.

Caminaba haciéndose hueco como podía sin mirar a nadie a la cara. Por eso no se dio cuenta de que tres hombres corpulentos la estaban acechando desde una esquina oscura de la calle.

Aquel extremo de la ciudad de Nocream, aunque era próspero y bastante alegre, estaba rodeado de barrios pobres y destartalados de los que salían individuos de lo menos recomendados.

Scarlett no tardó mucho en darse cuenta de que Larissa había desaparecido. Pero ese poco tiempo fue suficiente para que los hombres se pusieran en marcha y empezaran a seguirla. Ella ni siquiera se dio cuenta. Miraba a su alrededor buscando a Larissa. De pronto, alguien la empujó con ferocidad hacia el interior de un callejón.

Scarlett se giró en redondo, desconcertada y vio con horror como los tres hombres le cerraban la salida. Eran muy similares entre ellos: altos, anchos y con barba. De aspecto descuidado y mugriento, la muchacha retrocedió contra la pared asqueada cuando el del medio sonrió mostrando sus dientes amarillentos. Chocó contra un pilar de cajas amontonadas. El hecho de que retrocediera pareció divertirlos y rieron por lo bajo.

—M-me gustaría salir, si no les importa.—dijo Scarlett intentando que no le temblase la voz.

—¿Por qué tanta prisa?—contestó el hombre situado a la derecha con sorna.

Scarlett sabía que la situación tenía muy mala pinta, así que pensó que lo más sensato era ganar tiempo mientras se le ocurría alguna manera de salir de allí. Escondió las manos tras la espalda y las yemas de sus dedos tocaron un metal frío: debía ser una bandeja o una jarra tirada entre las cajas del callejón.

—Mi amigo debe estar buscándome y no quiero preocuparlo...—a los tres hombres no pareció importarles lo más mínimo que alguien pudiera estar buscándola. Scarlett agarró la bandeja—Es un soldado y...

La última parte de su mentira improvisada le pareció algo estúpida hasta a ella misma, pero aquellos entes reaccionaron, aunque no de la forma que ella esperaba. Pensó que se asustarían, pero tan solo se cabrearon. El tipo del medio avanzó hacia ella estallándose el cuello. Por algún motivo, los chasquidos que producía sonaban poco naturales, como si se estuviese rompiendo algún hueso.

—¿Un soldado has dicho? ¿Desde cuándo los soldados hacen migas con una ente pobretona como tú?—gruñó, aproximándose peligrosamente a ella. Le puso una mano enorme y peluda en el cuello, como si fuese a acariciarlo. Scarlett quiso apartarse, pero ya no podía retroceder más.—A menos...que no seas un ente.

El hombre pegó su desproporcionada nariz en el cuello de Scarlett, oliéndolo y la chica le pegó en la cara con la bandeja, apartándolo de ella.

—¡Aléjate de mí, cretino!—gritó, enfurecida.

—Humana...—susurró el ente, con la cara roja parte por el golpe y parte por la furia—¡Huele a humana!

Scarlett observó atónita como empezaba a convulsionar violentamente, como si estuviese teniendo arcadas. Los otros dos hombres también miraban al tercero, con sonrisas de cruel complicidad. Junto con las convulsiones aparecieron unos horribles ruidos de algo rompiéndose y entonces, la criatura comenzó a cobrar forma para horror de la pelirroja. De las uñas del hombre salieron garras de animal, su boca se abrió hasta los límites y se convirtió en un hocico con colmillos sobresalientes. Las ropas que llevaba puestas se rompieron en trizas cuando su espalda estalló con uno de esos crujidos y la bestia completó su transformación.

Un lobo negro, gigantesco y elevado sobre dos patas, se precipitó sobre Scarlett como un depredador dispuesto a cazar un ciervo. Scarlett entró en pánico: una bandeja oxidada no era rival para un hombre lobo. Aún así, no podía dejarse devorar sin poner resistencia, así que la asió con fuerza y se dispuso a utilizarla de escudo. Vio como las fauces del ente se cernían sobre ella y cerró los ojos, protegiéndose tras su escudo improvisado.

Escuchó un ruido seco, como el que hace alguien al aterrizar de una caída. Al oír gruñidos de la bestia y no notar ningún tipo de ataque hacia ella, decidió abrir los ojos.

El lobo se había girado para encarar a un joven que había aparecido de la nada. Scarlett pensó en aprovechar la distracción y salir corriendo, pero vio con angustia como los otros dos hombres se transformaban en bestias peludas y empezaban a lanzar mordiscos al aire, amenazantes. Viendo la única salida taponada, volvió su vista hacia el muchacho, con la esperanza de que quisiese ayudarla.

—La señorita te ha pedido que te alejes, amigo.—dijo este, sonriendo de oreja a oreja.

Tenía la punta de una espada casi clavada en el cuello del licántropo, y cuando otro se acercó, sacó una segunda espada de su espalda y le cortó un brazo de cuajo, sin dejar de sonreír. Scarlett abrió los ojos de par en par, sobrecogida ante la escena.

—Hagamos esto de manera fácil: vosotros os largáis ahora mismo y yo no os mato a todos.—el chico alzó una ceja como esperando respuesta.

El lobo que quedaba libre cargó contra él con brutalidad y las fauces abiertas de par en par, dispuesto a arrancarle la cabeza de un mordisco. Pero sucedió justo al revés. En un lapso de tiempo tan corto que a Scarlett le costó percibir el cambio, el chico se movió y la cabeza del hombre lobo que lo atacaba salió volando por el aire hasta caer en el suelo. Cuando rodó hasta sus pies, Scarlett se apartó a un lado con asco. Pero no tenía tiempo para pensar en lo asqueroso que era: vio que un licántropo seguía arrinconado por el joven y el otro había salido corriendo transformándose a mitad de camino en humano de nuevo. Lo que dejaba libre la salida del callejón. Sin perder la oportunidad, se arremangó el vestido y echó a correr. Oyó un golpe detrás de ella y justo cuando iba a conseguir salir, la funda de una espada apareció delante de su cuello, sujetada por un par de fuertes brazos.

—¿Acostumbras a no agradecer a aquellos que te salvan la vida?—le preguntó con tono divertido.

Scarlett se giró lentamente, alerta y su mirada chocó con un par de ojos azules eléctricos. Apenas se había fijado en el chico durante la pelea, pero ahora, teniéndolo delante, no tuvo otro remedio. La funda de la espada seguía pegada a su nuca, impidiéndole escapar entre ella y el muchacho. Eso la inquietó. Atrás, el licántropo restante estaba durmiendo en el suelo, inconsciente.

—Gracias.—dijo en voz baja, sonando más molesta que agradecida por la invasión de su espacio personal.

No quería admitirlo, pero estaba un poco asustada del chico. Por el rabillo del ojo podía ver la cabeza decapitada del hombre lobo tirada en el suelo, con el cuello rajado chorreando sangre. Un escalofrío le recorrió la espalda.

El chico lo notó y se rió. Era una risa jovial y distraída que calmó un poco a Scarlett. El chico sacó un pañuelo de su gabardina negra y se puso a limpiar sus espadas, dejando de prestarle atención. Iba vestido totalmente de negro: la gabardina, las botas, los guantes...También su pelo era negro azabache. Su piel hacía un gran contraste con su ropa, pues era pálida como la nieve. Ciertamente tenía un aspecto extravagante. Decidida a marcharse de una vez, se dio la vuelta, mas en el momento en que lo hizo, el chico volvió a hablar. Había acabado de limpiar sus armas.

—Te olvidas tu cesta.—comentó pasándole la destrozada cesta de mimbre.

Scarlett la cogió y abrió. La comida estaba algo aplastada (probablemente uno de los lobos la había pisado) pero en un estado aceptable. Sin embargo, los tulipanes estaban despedazados.

—No...—masculló apenada.—Oh, no...Larissa...

El muchacho la miró con una ceja alzada.

—¿No estás sola?

—No.—respondió de inmediato. No sabía si fiarse o no de él, aunque no parecía mala persona. Notó como su tono había sonado muy brusco e intentó solucionarlo—Estoy con una amiga, ella fue la que me compró estas flores...aunque ahora están un poco...bueno...

El chico volvió a reírse. Cuando se reía parecía más joven, lo que le hizo a Scarlett preguntarse cuántos años debía tener.

—Dándole conversación a un extraño...—suspiró con dramatismo el chico.—Te meterás en problemas así, pelirroja. ¡Anda! ¡Mira quién viene por allí!

Scarlett se giró para ver quien era y vio con alivio como Larissa entraba en el callejón a toda prisa. La mirada de la ninfa pasaba de ella, al brazo y la cabeza de lobo esparcidos en el suelo, al lobo desmayado, y de vuelta a ella. Corrió y la abrazó. Scarlett sonrió y devolvió el abrazo, contenta de volver a verla y saber que todo había pasado.

—¿Se puede saber qué ha ocurrido? ¡Me tenías muy preocupada!—arqueó ambas cejas y le echó un repaso de arriba a abajo—Aunque ya veo que has sabido arreglártelas sola. ¿Eres una habilidosa asesina en secreto y nunca me dijiste nada? Qué egoísta de tu parte.

Scarlett negó con la cabeza riendo y se dio la vuelta mientras contestaba:

—Yo no fui, fue este chic...

Pero el callejón estaba vacío.

—H-había un chico...¡hace un segundo estaba aquí!—la repentina desaparición de su salvador la cabreaba—¡Esto solo tiene una salida, como pudo...!

Larissa le puso una mano en la frente, para ver si tenía fiebre. Scarlett suspiró, dándose por vencida y agarró del brazo a su amiga.

—Venga, volvamos a casa y ya me contarás de camino tu pequeña aventura.—dijo la ninfa poniendo los ojos en blanco.—Si me vuelves a dar un susto como este, te mato.

La muchacha pelirroja se giró una última vez mientras se marchaban para comprobar que seguía sin haber nadie. Y así era.

Y por solo mirar hacia el oscuro callejón, no pudo ver que el chico de ojos azules las observaba mientras se iban, sentado en un tejado. 

 

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 3: La petición de la serpiente

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 4: El jinete negro

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...
~

You might like Gaby T.P.'s other books...