Luces, cámara y acción

 

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Introduction

Era un día como otro cualquiera. Claro, liso, monótono. No había nada que diera valor a mi vida. Resultaba... tan vulgar, tan falto de chispa. Incluso la búsqueda de un nuevo molde; no, de una libertad, se mostraba en el rebaño de vez en cuando, apareciendo una oveja lo bastante inteligente para pensar. O quizás lo suficientemente estúpida para buscar lo inexistente, quien sabe.

Mi tiempo se llenaba fruto de una costumbre que había adquirido con los años. No me honraba, pero había quedado claro que sólo podía tratar de disfrutar de aquella pseudo-pasión, que jugaba con el erotismo más soez —el morbo por el morbo— sin una pizca de amor en el trabajo realizado. El único fin era monetario, todos lo sabían. Pero, a pesar de ello, la gente no paraba de ir, seducidos por la preciosa imagen y ágil movimiento, haciendo uso de la salvaje acción si era el gusto del consumidor o de una dulzura capaz de derretir hasta los corazones más helados. Lucía curvas ante todos, sin consideración alguna por los niños que a veces se cruzaban por el camino. Pero, con una habilidad sobrehumana, los lograba encandilar con tonterías infantiles y cuentos, que hacían a los adultos mirar a otro lado y la mayoría de las veces, caer en las tretas que mostraba sin pudor.

Sabía que tenía que hacer, de siempre. A pesar de ello, aún recordaba cuando era todo diferente. Cuando el amor y la pasión consumían todo, cuando realmente disfrutaba de aquello que hacía una y otra vez. Pero el tiempo lo había cambiado, no servía de nada recordarlo. La juventud movía el mundo con su inocencia. Una vez te acercas a la madurez, parecía que tu alrededor te arrancaba los sueños y aspiraciones a puñaladas, quedando sólo una vieja marioneta que mira con desdén lo que anteriormente hacía ella. Y así había quedado, que lo único que podía hacer era ir únicamente en busca del dinero, que era el verdadero motor del mundo, quien movía los hilos, no la pasión. Ójala la pureza que tenía no hubiera quedado mancillada por algo tan vil, probablemente sería más resplandeciente de lo que ahora intentaba ser, tras miles de capas de engaños y mentiras.

Al final, en aquel día de inmersión en mis pensamientos, partí al encuentro. Allí, mirándome con aquella luz blanquecina, grité, poniendo voz de una vez a mis sentimientos y realidad:

—¡Odio que te jactes de inocente, todo el mundo sabe que practicas la prostitución! ¿Por qué la Iglesia no te ha quitado ya la santidad de la que presumes? ¡Dímelo!

Y, como si el destino tratara de mostrarme una señal, la santa se apagó, dejando solo la madera que ahora era serrín, perdiendo así todo el poder que ejercía. Y, supe que al fin había llegado la libertad. Que el mundo se preparara, pues era hora de salvar el arte.

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