Dark Past

 

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Sinopsis

Una conversación despertó la curiosidad de Emily Sanders. ¿Qué escondía el chico nuevo? ¿Por qué su mejor amiga no quería que se acercara a él? Emily no sabía nada, pero no iba a detenerse hasta averiguarlo.

Un asesinato sucedido en el pasado pareció unir al chico nuevo, llamado Adam Tilman, con la joven e inocente Emily.

Emily no conocía a Adam, no sabía nada de él, pero no parecía suceder lo mismo con Adam. Él había llegado a Hoboken sabiendo toda la vida de Emily; sabía desde su número de teléfono hasta su mayor miedo. ¿Casualidad? Apostaría a que no.

Si la vida de Emily era un completo desastre antes de la llegada de Adam, ahora sería una auténtica catástrofe.

La morena quiso y estaba dispuesta a entrar en la oscuridad que había dentro de Adam, y él la dejó. Lo que ella no sabía, era que una vez entrabas en la fría y dolorosa oscuridad, ella te arrastraba y no había forma de volver a salir por mucho que quisieras.

¿O sí?

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Prólogo

23 de noviembre de 1992.
00:44 p.m.

Las gotas de lluvia y los truenos me acompañaban esa fría noche de noviembre. El frío traspasaba mi ropa y rompía mis huesos. Unos huesos jóvenes pero hechos polvo. La vida que había estado llevando esos años no había hecho que mi salud fuese la mejor. Aún y así, no me estaba muriendo.

Años atrás, jamás hubiera pensado que estaría haciendo esto. Nunca se me habría pasado por la cabeza. Pero las personas cambian, los sentimientos cambian, y las acciones también lo hacen.

Subí al coche y encendí la calefacción. Estábamos a punto de entrar en diciembre y si no querías morir congelada ni coger una hipotermia, debías de ir bien abrigada, cosa que yo no hacía.

En el asiento trasero estaba Ryan Tilman dormido. Eran más de las doce de la noche y el pequeño no aguantaba ni hasta las diez despierto. Había pasado casi un año con él, aguantando sus lloriquéos por querer volver con su madre, aguantando sus pataletas y acabando haciéndole creer que conmigo estaba mejor. Él lo creyó. Acabó aceptando que su bien estaba conmigo, aunque no fuese del todo cierto.

Esa noche haría sufrir a una madre, tanto como sufría yo al no poder tener un hijo conmigo. Llevaba muchos y muchos años intentando quedarme embarazada, pero no podía. Era imposible. Yo quería ser madre y ella lo era. Yo sufría, tenía celos, y ella no. Unos meses atrás nuestros papeles cambiaron. Yo pasé a ser la madre y ella no. Yo empecé a disfrutar de Ryan y ella lloraba su ausencia, pensando que su hijo estaría muerto. Pero realmente empiezas a sufrir cuando tienes la realidad en las narices.

Anastasia no vio a su hijo muerto, solo sabía que lo habían secuestrado. Que yo lo había secuestrado, pero jamás vio su cadáver. Esta noche, todo sería diferente.

Llegué al estacionamiento de un parking abandonado a las afueras de Hoboken. Dentro de mí existía un sentimiento de culpabilidad, pero no iba a dejar que me ganara la batalla. Una vez aparqué el coche, me dirigí al asiento trasero donde Ryan estaba tranquilamente dormido. Pocas veces se le veía tan sereno y pacífico, por no decir casi nunca a excepción de cuando dormía.

—Ryan cariño, hemos llegado —intenté despertarle, zarandeándole con cuidado para no hacerle daño. Aunque en realidad, ya no importaba si le hacía daño o no—. Ryan, despierta.

Ryan se despertó, frotándose los ojos con sus diminutas manos y bostezando, negándose a mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo. No quería despertarse, quería dormir. Pero no sabía que pronto podría dormir para siempre.

—Ven, vamos a un sitio muy chulo.

Ryan asintió, alzando los brazos y pidiendo que lo alzara en brazos. Me acerqué a él y enrolló sus diminutos y frágiles brazos alrededor de mi cuello. Lo abracé con todas mis fuerzas, sabiendo que sería el último abrazo que le daría al pequeño que se había negando a quedarse conmigo durante mucho tiempo, que quería volver con Anastasia, su madre.

—No me has dejado otra opción, Ryan. Yo no quería hacer esto.

Lo dejé al otro lado del parking, alejándome de él, volviendo al coche. Ryan se quedó allí de pie. Al principio, cuando me vio alejarme, quiso volver conmigo, siguiéndome, pero le dije que no. Se debía quedar allí quieto. Cuando llegué al coche, me di la vuelta, asegurándome de que seguía allí y no se había ido a ninguna parte. Me incliné hacia dentro, cogiendo lo que había dejado en el asiento del copiloto. Desenrollé la pistola del trapo y comprobé que había, por lo menos, tres balas en su interior. Y así era, tres balas que pronto utilizaría.

Una vez con la pistola en mano, me di la vuelta, mirando a Ryan. El miedo lo inundaba. Pero era muy pequeño para saber lo que quería e iba a hacer.

—Te quiero muchísimo Ryan —grité lo suficiente como para que me escuchara—. Pero tú has querido esto. Me lo estabas pidiendo a gritos.

Estiré mi brazo derecho todo lo que pude, alejándolo de mi cuerpo. Ryan me miraba con los ojos bien abiertos. A la distancia, era una bolita pequeña debido al abrigo que llevaba puesto. Pero eso no impediría que las balas lo atravesaran.

—Cuenta conmigo —dije—. Uno…

Me repetía, contando con los dedos a la vez.

—Dos… —volvió a decirlo conmigo, alzando dos dedos de su diminuta mano.

—Y… —tenía el dedo colocado en el gatillo, ejerciendo un poco de fuerza en él, preparada para disparar—. Tres.

No escuché como Ryan contaba conmigo. Solo escuché el sonido de la pistola dispararse y el sonido que hacía la bala saliendo de su escondite. No vi como alzaba un dedito más en su mano, formando un trío de dedos. Pero sí vi su pequeño cuerpo caer hacia atrás en el suelo.

Ya estaba. Lo había hecho. No había vuelta atrás.

Con paso decidido, me acerqué al cuerpo que había tendido en el suelo. El abrigo que le cubría, se tintó de un color oscuro. Era sangre.

La vida de Ryan se había acabado, y la pesadilla de Anastasia, acababa de comenzar.

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Capítulo 1

Nunca me hartaré de decir que odiaba ir por la calle caminando sola. Me gustaba ir con alguien e ir hablando, pero ir sola no lo soportaba. Hacía apenas un par de días que había comenzado las clases, éste año eran más duras que nunca. En los cuatro años que llevaba en el centro, nunca me había llevado bien con los compañeros que me tocaban en las clases. En el último año de secundaria me junté con Molly, que actualmente es mi mejor amiga, Kelly y Claire.

Entré en el instituto cabizbaja, como había hecho toda mi vida. A medida que iba avanzando por el patio y me dirigía al edificio donde tendría que entrar cada día durante todo el curso, vi aparecer a Alice Fray.

—Hola fracasada ―saludó la chica más odiosa de todo el planeta―. ¿Has decidido seguir en este instituto un año más? Pensé que te marcharías al ver que la gente no te quiere aquí.

―Oh, ¿piensas que a ti sí te quieren? Te sorprenderías al saber la opinión que da la gente sobre ti, a tus espaldas.

―La gente aquí me adora.

―¿Por qué? ¿Por ser la capitana del equipo de animadores? ―había sido la capitana tres años seguidos. Era la típica niña de papá que se lo consiente todo. Llevaba toda la vida aguantándola, y no había día que no deseara estrangularla.

―Exacto. Ahora desaparece de mi vista y procura no volver a cruzarte conmigo en lo que queda del día, que es mucho.

―Eso ―fue lo único que dijeron Liz Windsor y René Stahl al unísono.

Las dos iban a todas partes con Alice, parecían su sombra. Las tenía completamente dominadas, amenazadas. Se notaba que ellas no querían estar con ella y que en el fondo, cuando no estaban sometidas a Alice, eran buenas personas. Dieron media vuelta y se marcharon, caminando hacia el edificio donde debía de entrar yo también.

Dejé ir todo al aire que contenía desde que la vi y empecé a caminar de nuevo, siguiendo sus pasos. Una vez dentro del edificio saludé a Claire que estaba con una de sus ligues en conserjería, recogiendo algo. Empecé a subir las escaleras y me acordé de Molly y de que aún no la había visto merodeando por el instituto y saludando a todo el mundo.

Si se pudiera sacar el móvil, le mandaría un mensaje o la llamaría, pero la directora de este instituto era demasiado estricta como para dejarnos usarlo. Una vez arriba, recuperé el aliento que había perdido subiendo hasta el tercer piso. Al lado del ascensor, junto a la pared del largo pasillo, la vi hablando con un chico. Parecía exaltada y seguramente le estaría culpando de algo, Molly era así. Me acerqué y tapé los ojos de mi mejor amiga, poniéndome de puntillas para poder llegar bien a sus ojos y riendo.

—¿Quién soy? ―agravé la voz para que no me reconociera, pero lo hizo.

―Emily, tu voz es inconfundible.

Volvimos a reír pero esta vez nos acompañaba la risa de aquel chico que estaba con ella. Me di cuenta que los había interrumpido, y una sensación de culpa me invadió.

―Perdón por interrumpiros ―dije―, ya me voy.

―No tranquila, Adam ya se iba.

Con que se llamaba Adam, lindo nombre. Era alto y muy atractivo, con los ojos de un bonito color verde esmeralda. Miró a Molly con una mirada de advertencia y sonrió forzadamente. Se colocó bien la mochila sobre uno de sus hombros y empezó a caminar a través del pasillo, entrando a una de las clases.

―¿A qué ha venido eso? Ha parecido querer matarte con la mirada ―me puse frente a ella, para poder mirarla a la cara cuando le hablaba.

―Está loco ―me cogió del brazo y empezamos a caminar por el pasillo lleno de gente chillando y abrazándose después de todo el verano sin verse las caras―, no te acerques a él. Nadie está a salvo cerca de Adam Tilman, y tú la que menos.

―¿Por qué? ¿Ha hecho un plan de asesinato contra una chica a la que no conoce de nada?

―Sólo digo que tengas cuidado, no es un buen chico.

Me reí, pero ella no hizo lo mismo. Esa chica se tomaba las cosas demasiado enserio, tenía que disfrutar y tomarse las cosas a broma. Entremos en nuestra clase, la C de primero de bachillerato. Cogidas del brazo y con los pies dentro, la vimos prácticamente llena. Nunca había visto a la gente tan ilusionada con empezar las clases, cada año era de las primeras en entrar y el resto tardaba diez minutos después de que sonara el timbre para entrar. Eché un vistazo a cada una de las personas que había y vi a aquel chico del que Molly me había advertido no acercarme, Adam. Lo vi coqueteando con una chica morena con las puntas del pelo verdes. ¿Qué clase de chica se ponía el pelo verde? Llevaba gafas y el pelo recogido en una cola de caballo. Era Jenna Booth, la presidenta del club de lectura del instituto, tenía que ser ella. Rodé los ojos y a continuación vi a Alice Fray sentada sobre el regazo de un chico, el quarterback del equipo de rugby, Dylan Clapton.

Me senté en una de las sillas que estaban vacías y Molly hizo lo mismo pero con una que había a mi derecha. Ojalá que el profesor que viniera no nos pusiera por orden de lista como habían hecho todos los profesores que he tenido desde el primer día que pisé ese edificio.

Saqué el libro de literatura y lo dejé sobre la mesa, junto a un par de folios en blanco y mi estuche, que contenía bolígrafos y lápices. Todo el mundo se sentó cuando el señor Hawes entró en el aula cerrando con un portazo. Nunca había conseguido llevarme bien con ese profesor, y ya era el tercer año consecutivo que lo tenía como profesor. Miré a Molly y bufé, ella hizo lo mismo. Delante de mí estaba René, una de las chicas que estaban sometidas a Alice. Se giró antes de que Hawes empezara a hablar y empezó a soltar palabras ya ensayadas.

―Que suerte, ¿no crees? Otro año que vamos juntas a clase. Yo de ti me sentiría toda una privilegiada al compartir clase con unos de los más populares de todo el instituto. Tienes a Mike, Dylan, Adam, Alice y sobre todo a mí.

―No te preocupes, estoy encantada de sentarme justo detrás de ti ―dejé ir una sonrisa falsa, con la intención de que ella la notara así―. Ahora deja de molestar y déjame atender a clase, te lo agradecería.

René se calló y no dijo nada más. Me encantaba cuando le callaba a ella, a Alice o a Kelly. Era la mejor sensación del mundo. El profesor se sentó en su silla, a un lado de la clase y esperó de brazos cruzados. Era un profesor bastante joven para llevar enseñando varios años en un centro. El pelinegro carraspeó, esperando que todos se callaran y le atendieran de una vez por todas. Al ver que su táctica no le resultaba eficaz, dio un par de golpes en la mesa con la mano bien abierta. Au, eso debía de doler.

―Me encanta lo educados que sois, de verdad. Os merecéis un premio Novel por la educación que tenéis ―ironizó―. Ahora que tengo vuestra atención, me gustaría hablaros del último libro que me leí. Después, vosotros por parejas, tendréis que hacer algo parecido. Tendréis que poneros de acuerdo en elegir un libro para después hacer un trabajo sobre él. El trabajo constará de tres partes y deberá ocupar como minímo cinco páginas. En el tendrá que haber un resumen detallado de la trama del libro, una reseña sobre lo que os ha provocado y lo que habéis sentido leyéndolo y, por último, una biografía del autor.

Justo en ese momento desconecté de lo que Hawes estaba diciendo. Me sumergí en mis pensamientos y entre ellos, lo que me había dicho Molly hacía unos minutos. No sabía de qué estaban hablando, y la curiosidad me mataba. Al decirme que me alejara de él, que no era un buen chico, mi interés hacia él aumentó. Tenía que saber qué tramaban.

―Señorita Sanders, ¿me sabría decir lo que acabo de explicar?

Me había pillado desprevenida y no me había enterado ni de una palabra de lo último que había estado diciendo.

―Que tendremos que elegir un libro y hacer un trabajo de el en parejas.

Ya estaba intentando asimilar la bronca que me echaría por no haber estado atenta a lo que estaba explicando, pero no era mi culpa que mis pensamientos fuesen más importantes que su vida.

―Cuando acabe la clase quiero hablar con usted.

Asentí y empecé a hacer ver que escribía algo en la libreta. No me gustaba que me llamaran la atención, y menos si era delante de toda la clase, donde estaba Alice, René y Kelly, entre otros.

La clase continuó con Hawes hablando sobre lo interesante que era la literatura medieval, con Adam y sus amigos hablando de cualquier tontería que se les pasara por la cabeza, y Alice y sus conejos de indias hablando de lo maravilloso que era estar en el equipo de animadores. Miré un par de veces a Molly, la cual me miraba con una cara de estar aburriéndose como no lo había hecho en su vida.

 

―Emily, ¿puedes venir un momento?

Asentí y después de haber tenido todas mis cosas recogidas, me acerqué a la mesa de Hawes y recé para que no me echara la bronca del siglo. Como ya sabéis, no nos teníamos mucho cariño mutuamente, así que todo lo que me podía esperar de él no era nada bueno.

―¿Te pasa algo? En los años en que te conozco y te he dado clase, nunca te había tenido que llamar la atención. Sé que nuestra relación no es la mejor que podría tener un profesor con su alumna, pero al fin y al cabo soy tu profesor y quiero que tengas confianza en mí.

―Señor Hawes, no me pasa absolutamente nada. Solamente que es primera hora y si no para de hablar, es normal que me distraiga. Además, no era la única que no le estaba prestando atención. ¿No se ha fijado en Alice Fray, por ejemplo? ―le mostré una de mis mejores sonrisas, fingiendo ser una de las mejores alumnas comparada con las demás personas con las que compartía clase y asignaturas.

―Puedes irte. Tengo cosas que hacer ―se giró y noté como suspiraba profundamente y empezaba a recoger las cosas de su escritorio. Así era como solucionaba las cosas con él. Cuando no quería hablar más de algún tema o sabía que la otra persona llevaba razón, decidía no hablar más e irse.

Salí de clase y busqué con la mirada a Molly para ir a la siguiente clase con ella, pero no la encontré por ninguna parte. Tampoco vi a Kelly ni a Claire, así que me fui sola a clase de biología.

 

Estaba agotada de pasar el día en aquel sitio lleno de adolescentes chillando desde una punta del pasillo a otra y corriendo por él. Parecían críos de cinco años, en vez de catorce o quince. ¿Yo también había sido así a su edad? Esperaba que no. Anduve hacia el aula donde pasaría la última hora del día estudiando y en el pasillo me encontré con la encantadora Alice Fray por segunda vez en el día. Encontrártela una vez era una putada, pero dos, eso ya era de otro mundo. Intenté seguir caminando y hacer ver que ella no estaba allí, pero no me lo pondría tan fácil. Me agarró del brazo con fuerza, haciendo que mi bolso se resbalara un par de centímetros por el brazo donde la tenía colgada, que era el mismo que me había agarrado.

―Hombre, otra vez tú por aquí ―dijo con René a su lado, la cual tenía los brazos en forma de jarra, imitando por completo a Alice.

―Tengo prisa, el timbre está a punto de sonar y tengo que ir a clase ―yo no quería estar allí, y ella tampoco quería que yo lo estuviese, entonces, ¿por qué me obligaba a quedarme? ―. Así que si no te importa, me voy.

Sacudí mi brazo intentando que me soltara, pero no lo conseguí, ella tenía mucha más fuerza que yo, ya que eso no era difícil.

―¿Qué hacías hoy hablando con Adam Tilman? ―preguntó dándome la vuelta, quedando frente a ella.

―Yo no estaba hablando con él. Molly y él estaban hablando, yo solo me acerqué para estar con mi amiga. ¡Ni siquiera sabía su nombre hasta que lo dijo!

Alice iba a abrir la boca para decir algo más, pero entonces una mano se puso encima de la suya, apartándola de mi brazo. Me fije en la muñeca de aquella persona, que tenía una pulsera trenzada amarilla, las que todo el mundo lleva en verano. La mano era de hombre, una mujer no la podía tener tan grande. Tenía curiosidad por saber a quién pertenecía, así que lentamente giré mi cabeza y me encontré con el chico que antes estaba con Molly, ese tal Adam.

―¿Qué crees que estás haciendo, Tilman?

―Déjala tranquila, ella no tiene la culpa de que quieras molestar a todas las personas que pasan por tu lado ―me defendió el chico que aún tenía su mano posada en mi brazo, apretando con una ligera fuerza.

―Gracias, pero sé defenderme yo sola.

―No creo.

Zarandeé y me zafé de su agarre, ya me estaba empezando a doler el brazo. Alice miró a Adam y le levantó el dedo del medio de la mano derecha, mandándolo a la mierda. Se acercó a él y le susurró al oído algo que no pude escuchar. Después giró sobre sus talones y, con René a su espalda, se esfumó entrando en una clase a la que yo no tendría que ir.

Podía defenderme perfectamente sola, así que no veía por qué tenía que hacerlo él por mí. Tengo diecisiete años, lo hago todo sin ayuda de nadie, sé valerme por mí misma y no le necesitaba para que me salvara el culo. Se acomodó la mochila en el hombro y se puso delante de mí. Rodé los ojos y miré mi reloj, menos de un minuto faltaba para que las clases empezaran y si no llegaba a tiempo el profesor de matemáticas avanzadas me mandaría a la calle.

―¿Quieres algo más? ―espeté cruzándome de brazos.

―Cuando acabe la clase te espero fuera. ―¿Qué me esperaba fuera para qué? Podía ir perfectamente andando a casa y no quería ir a ningún sitio donde fuera él, ya que seguramente estuviera uno de sus insoportables amigos. Y muchas ganas de verlos, no era que tuviese―. Te llevaré a comer.

―No, gracias. Prefiero comer en mi casa.

―He dicho que te llevaré a comer y lo haré. A las dos en la puerta principal. No faltes.

Se iba a girar para dirigirse a la clase donde yo tendría que ir también, pero antes le detuve agarrándole por el brazo. Si iban a ir alguno de sus amigos no pensaba ir, eso que lo tuviera claro.

―Espera un momento ―el timbre sonó y los dos nos quedemos prácticamente solos en el pasillo, mirando hacia las escaleras por si algún profesor venía―. ¿Vendrá alguien más?

―No, sólo tú y yo.

Asentí y él me sonrió con una sonrisa torcida, mostrándome la hilera de perfectos dientes blancos que tenía. Le solté el brazo, dándome cuenta que le había clavado un poco las uñas, y avancé rápidamente para entrar en clase y que el profesor no me pillara fuera.

 

La clase pasó rápida pero aburrida. Parecía que lo único que sabían hacer los profesores era hablar y hablar sin parar. Estaba segura de que el verano los habría tenido muy callados y ahora que empezaban las clases, soltaban todo lo que no habían podido decir durante las vacaciones. Y, contra más mayor era el profesor, más hablaba. No lo entendía, ¿no se suponía que estaban cansados por ser mayores? El timbre sonó dando lugar al fin de las clases durante un día, así que recogí el libro y los folios en blanco, en los que sólo había escrito mi nombre, y los metí dentro del libro para el día siguiente.

―Déjale tranquilo, no tiene tiempo para estar con chicas como tú ―la irritante e insoportable voz de René Stahl sonó de nuevo detrás de mí. Entre Alice y ella me habían dado el día. Las había visto más veces que a mi propia mejor amiga. Que por cierto, seguía sin saber nada de ella.

―Ha sido él quien ha decidido acercarse a mí, así que todo esto que me dices, díselo a él ―sonreí ante la cara que se le había quedado. Me giré para marcharme pero se me ocurrió una cosa que decirle para dejarla peor―. Y si me disculpas, me tengo que ir. Me está esperando en la puerta, me ha invitado a comer.

Me giré y choqué con alguien, o mejor dicho, con un chico alto y moreno. Le miré a los ojos y vi que era Mike Burdock, jugador del equipo de rugby y uno de los mejores amigos de Adam. Siempre había intentado evitar el contacto con él, ya que si alguien le molestaba lo más probable era que le empotrara contra las taquillas y empezara a darle puñetazos hasta que cayera al suelo.

―Perdón, no te he visto ―tartamudeé ante su mandíbula apretada, que hacía juego con sus enormes puños.

―Otro día ten más cuidado si no quieres que esa bonita cara desaparezca.

Asentí y rápidamente desaparecí de clase, bajando prácticamente corriendo las escaleras y llegando a la planta baja. Llevaba demasiadas horas sin beber agua, y me estaba muriendo de sed.  Anduve hacia el baño que compartíamos chicas y chicos y me agaché para beber agua del grifo cuando sentí unas manos en mi cintura. Sobresaltada me aparté del grifo y me levanté a la vez que me ponía cara a la persona que me había cogido por la cintura. Al girarme vi a Molly riéndose como loca ante la cara que había puesto.

―¿¡Estás loca!? ―chillé dándole un flojo empujón hacia atrás―. ¡Me has asustado!

―Eso pretendía ―rió cada vez más sin poder siquiera hablar. Me pegó un susto de muerte, pensé que podía ser cualquier persona menos ella.

Le hice una mueca y volví a beber agua para después limpiarme las gotas que habían quedado en mi cara con la manga de mi camiseta. Salí con rapidez hasta llegar al pasillo de la planta baja, yendo hacia la puerta y abriéndola. Molly me siguió de cerca, pisándome los talones. Sabía que si le decía que iba a comer con Adam me diría que no y me lo impediría, ya que según ella no podía acercarme a él. Pero como dije antes, ya era lo suficiente mayorcita como para cuidarme sola.

―¿A dónde vas?

―Adam me ha invitado a comer. Sé que no quieres que vaya ni que me acerque a él, pero vamos, ¿qué me puede pasar? ¿Qué me asesine con un cuchillo en medio del restaurante? Puede caerte todo lo mal que quieras, pero antes me ha defendido ante Alice Fray, es un buen chico.

―Eso es lo que tú crees. No lo conoces, no sabes cómo es, en cambio, yo sí.

―¿A sí? ¿Y desde cuando lo conoces? Porque, que yo sepa, nunca te he visto con él ni me haz hablado de él ―no podía creer que estuviera haciendo esto, y seguramente después me arrepentiría de todo aquello, pero estaba poniendo a un chico que apenas conocía, por delante de mi mejor amiga―. Lo siento, pero por una vez en mi vida, déjame ser libre, sé lo que hago.

―Está bien, pero ten cuidado. Emily, ten mucho cuidado, no sabes lo peligroso que pueden llegar a ser chicos como él.

―No te preocupes ―me acerqué a ella y la abracé, intentando que mi seguridad pasara a ella, aunque no creía que eso fuera posible―, estaré bien.

Me sonrió de vuelta y salí del edificio. Todo estaba absolutamente vacío, y por primera vez en todo el tiempo que llevaba esperando para ir a comer con él, pensé que quizás todo eso era una broma y que ahora no habría nadie esperándome en la puerta. Pero miré hacia allí y lo vi apoyado en su negra moto. Una sonrisa apareció de inmediato en mi cara, tranquilizándome a mí misma de que lo había dicho de verdad.

―Sanders, por fin apareces. Pensé que no vendrías.

―Lo siento, me he parado a hablar con algunas personas de camino ―me acordé del percance con René y Mike antes de hablar con Molly.

La verdad era que René no me preocupaba demasiado, pero Mike sí. Sus palabras se me habían quedado grabadas en la mente como si las hubieran tatuado. No quería tropezarme más veces con él en todo lo que quedaba de curso, cosa muy imposible. Me había amenazado con destrozarme la cara la próxima vez que le viera, no con esas palabras, pero sí quiso decir eso.

―¿Alice de nuevo?

―No, tu queridísimo amigo Mike. Es un encanto de chico, sobre todo cuando te amenaza de romperte la cara a puñetazos.

―¿Te ha amenazado? ¿Así, sin más?

―Sin querer me he chocado con él. Estaba hablando con René Stahl y él estaba a mi espalda. No le vi y al girarme pues me lo encontré hecho una furia. Ya le conoces, es tu amigo, no le gusta que se acerquen a él a una distancia menor de treinta centímetros.

―Ya hablaré con él, no te preocupes.

― No me preocupo, sólo quiero que mi cara siga estando igual que siempre, no quisiera que la estropeara más de lo que ya está.

Negó con la cabeza y dejó ir una pequeña carcajada. Se colocó su casco sobre la cabeza y levantó la visera para poder ver con claridad. Su casco era completamente negro con unos pequeños símbolos rojos como el fuego. Su moto era igual, negra con algunos detalles rojos en ciertas zonas de ella. A mí me tendió uno de color rojo, que estaba segura que lo habían usado todas las chicas del instituto.

 

Llegamos a un restaurante/bar después de diez minutos de trayecto. Yo lo había pasado ciertamente mal subida a aquella bestia andante. Adam iba muy deprisa y cogía las curvas con mucha inclinación. Más de una vez había temido por mi vida. Bajamos de la moto y me saqué el casco, dejando al descubierto mi cabello alborotado. Ya estaba bastante despeinado de por sí, ya que mis rizos eran bastante difíciles de dominar, así que después de una buena descarga de aire y con el casco apretándome, se me quedaron peor de lo que ya los tenía.

―¿Entramos?

―Claro ―me abrió la puerta y pasé primero, agradeciéndoselo. No sabía por qué Molly me decía que era una mala influencia y que no debía de hacerme a él. En el tiempo que llevaba conociéndolo sólo me había defendido y se había comportado bien con él, cosa que pocos chicos hacen.

Entramos al local y vimos que estaba todo lleno a excepción de unas cuantas mesas que estaban vacías. Nos sentemos en una de las mesas y una chica vino a pedirnos la orden. Ella no paraba de mirar a Adam y él no dejó de mirarla tampoco. Me sentía en una situación bastante incómoda y tenía ganas de marcharme de allí, dejándolos a los dos solos continuar con lo que estaban empezando. Pude ver que en la placa que tenía la morena en el jersey, ponía su nombre. Kisara Stephen. Me gustaba el nombre que tenía, pero no me gustaba que intentara ligar con todos los clientes jóvenes que entraban por aquella puerta, y más, si venían acompañados.

―Yo voy a querer una hamburguesa doble con queso y unas patatas fritas.

Después de haber estado un buen rato haciéndole cumplidos e interesándose por su vida fuera de aquellas cuatro paredes, se dignó a pedir su comida. Kisara no paraba de enrollarse un mechón de pelo en el dedo índice mientras estaba hablando con él, y ahora que estaba apuntando el pedido en su minúscula libretita, se mordía el labio. Parecía que tuviera un tic en cada parte de su cuerpo; uno en la boca y otro en el dedo. Me dieron ganas de vomitar.

—¿Y tú, querida? ―espetó con falsedad.

―Lo mismo pero que la hamburguesa no sea doble, gracias.

Antes de marcharse, Adam le quitó la libreta a Kisara y el bolígrafo. No tuve que pensar mucho para saber qué estaba haciendo. Le apuntó su número de teléfono y su dirección en un trozo de papel para que luego ésta pudiera llamarle. Ya empezaba a saber por qué no quería Molly que me acercara a él. Todo lo que tenía de buen chico al principio, había desaparecido por completo al comportarse de aquella manera.

―¿Recuerdas que tienes novia? ―le pregunté cuando la camarera estaba lo suficientemente lejos como para que no nos escuchara.

―Sí, ¿y qué pasa? Si no se entera no puede pasar nada, y no se enterará, ¿verdad?

Negué con la cabeza y saqué el móvil. Vi que tenía dos notificaciones de la famosa red social Ask, donde la gente, más que preguntarte te insultaba. Iba a abrirlas cuando unas voces, bastante familiares, se acercaron a nosotros.

―Hombre, ¿pero a quién tenemos aquí? ―levanté la cabeza y me encontré con la atenta mirada de Mike Burdock―. Dylan, ¿ves lo mismo que yo?

―Por supuesto. Adam, ¿tú no te ibas a casa porque te encontrabas mal? Ya veo que no. Prefieres quedar con una marginada social que nadie sabe de su existencia antes de venir con los del equipo y los animadores.

Miré a Adam, esperando una respuesta suya, pero esta nunca llegó. ¿Qué demonios le pasaba? Por lo que se escuchaba de él, se hacía respetar ante cualquier persona, y sus amigos no iban a ser los primeros en dejarle en videncia.

―Y a ti, bonita, ¿no te dijo René que te alejaras de Adam? ―masculló Mike agachándose y cogiendo mi móvil con una de sus manos―. Parece una cría, pero yo de ti le tomaría en serio cuando te dice las cosas.

―Devuélveme el móvil.

―Error. Tú no hiciste caso a René, ¿por qué debería yo hacértelo a ti?

―Dame el móvil y me iré.

Me levanté y cogí mi chaqueta y mi bolso donde tenía unos cuantos libros. Me abrigué con la chaqueta y Mike me tendió el móvil, dejándolo sobre mi mano extendida con fuerza. Miré a Adam esperando que dijera algo para defenderme o para decirme que me quedara y que ellos se fueran. Pero no salió ni una sola palabra de sus apretados labios. Genial, había malgastado una hora de mi valioso tiempo con el chico más estúpido de todo el instituto. Debía de haberle hecho caso a Molly no debí haber venido con él, ni siquiera haberme acercado a él.

―Adiós Tilman.

Con lágrimas en los ojos de la rabia que contenía dentro, me alejé de ellos, abriendo la puerta y saliendo al exterior, donde hacía un frío de diablos. He sido demasiado tonta en confiar en Adam y en que un chico como él podía tratar bien a una chica que no era popular, pero como tantas veces había pasado en mi vida, me había equivocado.

Anduve unos pasos y no supe qué hacer. Si llamaba a mi madre par que me viniera a buscar, seguramente no me lo cogería gracias al estado de embriaguez que tendría, o no le daría la gana de venir a buscarme. Molly tampoco podría venir a buscarme, ya que estaría comiendo o durmiendo. Así que solo me quedaba una opción: irme andando a casa. No sabía muy bien donde me encontraba, así que llegar a mi vecindario sería un poco complicado.

Al girar la esquina noté como una mano me agarraba el brazo, dándome la vuelta. Me encontré con los preciosos ojos que me habían traicionado, pero esta vez estaban llenos de culpabilidad y pena; no me gustaba cuando me miraban así.

―¿Qué quieres, Timan?

―Perdóname, no sabía que decir allí dentro. Sé que pueden ser muy insoportables cuando quieren, pero entiéndeme, no puedo luchar contra mis mejores amigos.

―Cuando me haz visto levantarme y marcharme, podrías haberme dicho que me quedara. O directamente no haberme invitado a comer sabiendo que tus queridísimos amigos nos pueden ver.

―No es por eso, Sanders.

―¿Ah no? ¿Entonces por qué es? ―esperé que respondiera, pero cuando vi que no lo hacía decidí continuar yo hablando―. Primero tonteas con la camarera, olvidándote por completo que yo estaba allí contigo. Después vienen tus amigos y hacen que me marche antes de que hayan traído los platos. ¿Qué vendrá después? Me voy, Adam. Gracias por el detalle de invitarme a comer, aunque no sé si debería de dártelas.

Estuve dispuesta a irme ya que no contestó, pero una pregunta me rondaba por la cabeza hacía bastante rato.

―Una última cosa, ¿por qué me has invitado a comer si no nos conocemos de nada?

―Porque quería conocerte.

―Pues yo a ti no. He escuchado que no eres un buen chico, y más de una persona me ha dicho que me aleje de ti. Quizás tienen razón y es lo que debería de hacer, alejarme de ti y no volver a verte.

―Te dejaré tranquila para siempre, si es lo que quieres, pero al menos déjame llevarte a casa. Estamos lejos y con el frío que hace no quiero que vayas sola y andando.

― No siempre se puede hacer lo que uno quiere, ¿no crees? Yo quería tener una comida agradable contigo, pero a cambio de eso por poco me quedo sin móvil, y todo por tu culpa. Sé ir sola y me iré sola. Adiós, Adam.

Se quedó de pie sin decir nada, sabía que si me contradecía seguiría sin hacerle caso. Pero que se hubiera pensado dos veces si salir a comer conmigo era buena idea o no. De esa manera no habría malgastado mi tiempo en él, ni en sus encantadores amigos.

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