Como una bomba de tiempo, sabíamos que estábamos destinados a explotar

 

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Introduction

Conjunto de One Shots Frerard, algunos sin mucho sentido, otros con todo el dolor y el odio del mundo. Les dejo aquí, mis pequeños demonios y mis pequeñas fieras escurridas en papel. Algunos narrados por Frank, otros vividos por Gerard. Uno más enfermo que el otro. Son pequeñas historias por separado, ninguna tiene que ver con la otra.

12 historias cortas llenas en enfermedades físicas, mentales y del corazón. 

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Chapter 1

Fuimos lo que alguien planeo que fuésemos, con los errores que cargamos y las heridas que hemos recibido. Nos dejamos vencer poco a poco, como un cuerpo que se deteriora día a día al paso del tiempo. Nos moldearon en mil maneras que ya hemos olvidado lo que fuimos. Nos robaron tiempo, como una enfermedad quita vida. Nos infectamos de odio y es demasiado tarde para amputar.

#1

Cáncer.

Ambos tuvimos la oportunidad de conocernos en un ascensor o jugando soccer, tal vez en los juegos mecánicos o en la feria a finales del mes de Diciembre, pero la verdad es que como Dios nunca nos quiso, fuimos a dar ahí: De frente como si estuviéramos viendo un televisor; tú con las manos en el regazo sosteniendo una foto, yo tan calvo como hace años he estado.

Así que ahí estábamos; Gerard, Frank, y el Cáncer, jugando con la vida.

Me sonreíste con timidez estrujando la foto a tu pecho, y yo te sonreí con maldad porque envidiaba el cabello en tu cabeza y el brillo en tus ojos. Observaste mi piel parecida al papel y disimulaste no ver las bolsas amoratadas bajo mis ojos, ni mis huesudos dedos. En ese momento me alegré de que lo hicieras, porque en pocos meses lucirías igual a mí.

Esa fue la primera vez que nos vimos, teniendo 8 y 10 años éramos unos niños bastante silenciosos. Siempre en la misma sala, sentados uno frente al otro inspeccionándonos. 

¿Se te había caído un poco de cabello en el flanco derecho?

¿Mi clavícula se amorataba ahí donde la piel se pegaba al hueso?

Jamás te pregunté como la estabas pasando con las quimioterapias, ni siquiera sé si me interesó siquiera, pero poco a poco los huesos se te hundieron y la piel se te pegó a la carne. Sonreí la primera vez que te vi llegar en silla de ruedas.

Te sentaste frente a mi como cada viernes y no sonreíste. Tenías una intravenosa unida a la vena y los ojos más apagados que los de un muerto, y pronto me sonreí a mi mismo: Había adivinado correctamente semanas atrás.

El hospital siempre fue un lugar frío con aroma a muerte. Quizá era porque la sala estaba llena de niños cancerosos cuya carne está podrida y muerta. Quizá era por eso el aroma.

Nos miramos a los ojos y recordé que no sabía tu nombre a pesar de los 3 meses que llevábamos viéndonos, cada viernes, así que me anime y abrí mis labios secos para decir “-Soy Frank” y después de unos segundos obtuve una respuesta: “Gerard”

Sonreí porque ahora conocía tu nombre: Gerard.

Y los dolores de cabeza aumentaron como aumentó tu calvicie y tu palidez.

Cuando llegaste yo creí que debías estar enfermo de anemia, pronto averigüe que tenías Leucemia y cáncer en los huesos. Quise contarte que yo tenía un tumor creciéndome en el cerebro, pero no dije nada, de nuevo.

Así que los días pasaron y con ellos se fueron las semanas y compañeros de hospital, y tú y yo seguíamos solo viéndonos a pesar de que la sala se llenaba de flores y coronas de luto. Otra silla vacía frente al televisor y un corazón menos en la sala. 

A veces yo lloraba cuando mi mamá venía a verme los viernes, porque sus lagrimas eran tan saladas que me imaginaba al cielo y el mar juntos, pero llorando. Quise preguntarle a quien fuera ¿Por qué el mar y el cielo lloran si están juntos? Luego me di cuenta de lo estúpido que era eso: Porque tenía cáncer. Y entonces volví a quedarme callado.

Pasaron 7 meses y vi volar las estaciones desde la ventana a la quedaba junto, antes de que llegaras tú y ocuparas toda mi atención, con tus ojos verdes explorando dentro de los míos, cada vez más infectados.

Pensé que el cráneo se me hincharía cuando el tumor creciera, pero todo pareció igual hasta que sentía la cabeza a punto de estallar.

Y mamá volvía a llorar, y yo me sentía una bomba de tiempo... Sigo creyendo que lo soy.

Otro día me atreví a dejar de verme reflejado en ti y quise verte tal y como eras: Tenías unos labios preciosos, así que te lo dije; Y juro que vi un sonrojo en esas mejillas tan pálidas. 

Nuestras bocas se sellaron durante otro mes en el que ninguno de los dos hizo nada más que vernos entre nosotros, viendo como nos consumíamos con lentitud y dolor. Dolor que compartíamos, aunque dudo que tu tuvieras estos dolores de cabeza que tengo yo.

"-Parece como poesía" Dijiste "-Una semilla crece en tu cabeza esperando a florecer"

Un tumor creciéndote en el cerebro no es como una flor, Gerard, por más que intentes verlo como algo hermoso y poético, un tumor no es una rosa ni un tulipán, y no me saldrán esas cosas hasta el día en que mi cráneo sirva de recipiente y mi carne de abono. Un tumor es cáncer, y el cáncer es muerte.

"Pero la vida también es muerte, y la vida es hermosa… la muerte también debe serlo" Insististe. Y esta vez creo que ganaste… quizá la muerte fuera hermosa y pronto lo descubriríamos.

Pronto deje de alegrarme de tu desgraciada suerte  comencé a disfrutar de las cosas que salían de tu boca. Siempre fuiste un artista, viendo el lado más hermoso de cada pincelada que nos dio la vida.

Jamás tuve un mejor amigo, Gerard, hasta que ese día tú madre te trajo dos helados y uno me lo diste a mí. Hacía años que no comía un helado.

Quizá pudimos habernos despedido como dos amantes después de estar en la cama, o como dos hermanos lo hacen cuando uno sale de viaje… El problema es que cuando tú te fuiste, no volverías… 

Y volví a sentarme frente a una silla vacía como si viera televisión, mirando al vacío como si allí viera tus ojos consumidos por la enfermedad pero aún conservando ese brillo de artista. Porque tú siempre fuiste el mejor pintor qu pudo colorear mi vida.

Y volví a quedarme solo, como cada viernes antes de conocerte, y una nueva coronilla de flores adornó la habitación del hospital. Y niños llegaron y otros más se fueron, y como tú, ninguno de ellos volvió.

Y tu madre regresó meses después, y se sentó frente a mí en esa cilla que solo tú podías usar, y me miró a los ojos del mismo modo en que yo te vi a ti el primer día que llegaste.

Y de sus ojos llovía entre el mar y el cielo, y yo solo podía culpar al cáncer por ello.

Y mientras me miraba con dolor y pena, y me extendía esa hermosa orquídea negra, recordé que habías dicho que la muerte sería igual de hermosa que la vida, y supe entonces que dentro de unos meses, cuando yo también dejara mi silla vacía, volveríamos a vernos a los ojos, como cada viernes hacíamos, y volverás a pintar mi muerte del mismo modo que alegraste mis días en ese hospital.

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