Al borde del Ecuador

 

Tablo reader up chevron

Sinopsis

 Dos años desde que la Tierra dejó de girar por completo, las familias supervivientes a los constantes terremotos y tsunamis que se fueron haciendo cada vez más frecuentes en todo el planeta, fueron trasladadas a las partes que quedaron habitables del planeta, partes de los países que atravesaban la franja del Ecuador. Dos generales de guerra, Elías Dalaras y Karla Andrew, se aliaron y pusieron a salvo a las parentelas. 


Los pocos habitantes vivos, se concentraron en Indonesia, donde construyeron varias replicas de los pueblos de los que procedían, la antigua Indonesia, al igual que África central y Sudamérica estaban completamente destruidas, solo había campo, mar y ríos.


Dalaras y Andrew tenían un plan, encontrar un planeta el cual pudieran habitar, pero después de meses de investigaciones no encontraron nada parecido que no estuviera a menos de cien años de distancia. Dalaras, un bohemio altruista y progresista y Andrew, una arpía, conservadora y retrógrada se distanciaron debido a que sus maneras de pensar eran completamente diferentes y chocaban. Se repartieron las tierras, Dalaras se quedó con Indonesia, Andrew con África; Sudamérica quedó como terreno neutro y todavía no iba a ser explotado.



Cada uno de los generales gobernaban a su manera en sus correspondientes tierras, pero la paz, duró poco. Andrew asaltó uno de los pueblos que se habían construido en Indonesia, un pueblo de españoles al cual llamaron Pequeña Hispania, los hombres de Andrew lo quemaron y mataron a todos los hombres, mujeres y niños. Dalaras, le declaró la guerra ha Andrew y el juego empezó.


(...)


Eve Allen, la madre de Daniela de cinco años y la pequeña África de uno, estaba cepillando el largo y lacio cabello pelirrojo de su hija mayor, mientras que a pocos metros de ellas, estaba la pequeña África jugando cuando llamaron a la puerta; Eve alzó la mirada, dejó el cepillo a un lado y se acercó a la puerta, detrás de esta estaba un soldado vestido de colores terrosos y de estampado militar, con una carta en la mano, le entregó la carta y marchó; Eve, volvió a cerrar la puerta y se volvió a sentar en el sofá, abrió la carta y empezó a leer:



Estimada señora Allen, le comunicamos que su marido a muerto a causa de un tiroteo, la guerra es próxima a la zona donde vive, y Maximilian Allen tenía muchas deudas por saldar, como ustedes no tienen nada de valor, nos llevaremos a sus dos hijas dentro de dos horas, le advertimos de que si se opone a entregarlas ellas y usted morirán. 


General Karla Andrew


Eve al acabar de leer esto rompió a llorar, sin decirle nada a Daniela se levantó y escribió varios textos en los que explicaban lo que había pasado a sus hijas, con la intención de que las leyeran cuando crecieran y preparó una mochila con comida, mantas y ropa con el fin de entregársela a su hija mayor, por supuesto, Eve no iba a dejar que se llevaran a sus hijas y prefería abandonarlas y que por lo menos tuvieran alguna oportunidad de salir a delante, aunque eso le costase su vida. En ese momento, recordó que en el sótano de su casa había un pasadizo secreto que llevaba hasta un bosque que ni los soldados ni la general podían llegar hasta él, además, el bosque proporcionaba comida y agua, entonces, escogió ese lugar para dejar a sus hijas.


Eve cogió a las niñas y las hizo pasar por el pasadizo asta la entrada del bosque, allí Daniela desconcertada le dijo a su madre:


—Mami, porque venimos aquí, papa dijo que teníamos que estar en casa cuando el volviese.


—Cariño, papá no va a volver, y ahora las dos tenéis que entrar en ese bosque por que sino unos hombres muy malos os cogerán.


—Entonces, mami, no te voy a ver más—dijo la pequeña Daniela con lágrimas en los ojos.


—No ojazos, te dejo a cargo de tu hermana, cuídala y buscad a alguien bueno que os ayude, ¿me lo prometes?


—Sí—respondió la pequeña Daniela.


Eve le dio un beso y un abrazo a sus hijas y se dirigió a la entrada subterránea que llegaba hasta su casa, antes de adentrarse en el túnel se giró y le dijo a su hija que le observaba con sus grandes ojos grises:


—¡Daniela coge a tu hermana y corre!


Daniela afirmó y cogió a su hermana en brazos, y se adentró en el bosque con los ojos empañados por las lágrimas...


Catorce años después...

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 1

 Catorce años después...


Una Daniela diecinueve años estaba sentada a pocos metros de la orilla del lago, se encontraba tallando un trozo de madera para elaborar varias flechas; había cambiado bastante, su cabello pelirrojo había crecido hasta la cintura haciendo que sus redondos ojos grises resaltaran formando una perfecta harmonía en su rostro, su nariz es respingona y pequeña, y sus labios rosados, gruesos y de comisuras hacia abajo, era alta, delgada y de hombros ligeramente anchos. Mientras que una África de quince años montaba una tienda de campaña que le había robado a unos soldados, ella también había cambiado mucho, su pelo era igual que el de su hermana, largo y lacio, sus ojos son redondos y azules, su nariz es más bien recta y sus labios eran igual que los de su hermana, ha diferencia de Dan, ella tiene pecas por todo el rostro y es más bajita y menuda. Al acabar suspiró y se sentó al lado de su hermana que seguía produciendo flechas:


—¿Cuanto tiempo nos quedaremos aquí?—preguntó África.


—Varias semanas, este lugar esta muy bien, tenemos agua y hay bastantes animales a los que cazar, además, como los tigres carecen de inteligencia, seguro que se que dan atrapados en las enredaderas de la entrada—contestó Daniela dejando a parte su trabajo.


—Además, es un lugar precioso... Por cierto, lo de la caza, ¿tenemos que cazar hoy?—añadió África.


—No, tenemos comida suficiente para los próximos dos días, pero mañana si tendremos que cazar—aclaró Dan.


—De acuerdo, voy a acabar de prepararlo todo—dijo África a la vez que se ponía en pie y se dirigía hacia la tienda de campaña.


Dan afirmó con la cabeza y siguió trabajando, mientras tanto, África acabó de preparar todo lo necesario para acampar durante unas semanas.


Dan escuchó un ruido que provenía del bosque, justo de donde estaba África. Rápidamente se levantó, cogió su arco y unas cuantas flechas. Caminó hasta donde estaba su hermana:


—Ponte detrás de mi—le ordenó a la vez que se avanzaba y África retrocedió varios pasos.


Dan tensó el arco y apuntó hacia el bosque, observando cada movimiento y escuchando cada ruido. Minutos después, de entre las malezas salieron dos chicos; uno esbelto y ligeramente fuerte, cabellera bastante larga (por el hombro) y de color rubio sucio, ojos algo grandes y azules, nariz perfilada y boca pequeña. El otro chico era algo más menudo, el mismo pelo, salvo que algo más corto, los ojos de este eran algo pequeños y marrones, nariz y boca pequeña. Ambos miraron a las hermanas, más bien, miraron a Dan:


—¿Hablas mi idioma?—preguntó el más alto con timidez.


Dan no dijo nada y lo apuntó con el arco. África ya había visto esta escena antes, sabía lo que iba a pasar ahora, pero allí impidió. Avanzó hasta quedarse delante de su hermana, justo entre su hermana y los dos chicos:


—Sí—respondió África. Dan dio un paso hacia delante y bajo un poco el arma (los muchachos no iban armados).


—No les dirijas la palabra, puede que sean soldados de Andrew—le advirtió Dan sin apartar la vista de ambos.


—No lo somos, mi nombre es Sam y él es mi hermano Aiden—explicó el esbelto.


—Míralos, si fueran soldados irían vestidos de naranja oscuro y negro, no llevarían el pelo largo e irían armados—arguyó África.


—Mirad, no tenemos ni familia ni casa, nos han robado nuestras tiendas de campaña y no tenemos donde dormir, estábamos buscando algún lugar y os hemos encontrado a vosotras. ¿Podríais dejarnos dormir aquí? Será sólo un día, mañana en cuanto nos despertemos nos iremos os lo prometo—explicó Sam.


—No me convence, podríais degollarnos mientras dormimos o robarnos toda nuestra comida—imaginó Dan en voz alta.


—Por una vez en tú vida podrías ser más hospitalaria—le espetó África y Dan rodó los ojos—Vamos, como si no hubiéramos pasado por nada. Imagínate que ellos fuésemos nosotras—continuó y Dan suspiró.


Sam se quitó la mochila que llevaba, le lanzó una mirada a Aiden y este hizo lo mismo. África los observaba y Dan volvió a apuntarlos con el arco. Ambos hermanos lanzaron sus mochilas, las cuales aterrizaron a los pies de Dan y África:


—Eso es todo lo que tenemos, algo de agua, comida, ropas y varios cuchillos. Hagamos un trato, os podéis quedar todo eso, hasta que nos vayamos mañana. O si lo preferís, coged lo que queráis—puntualizó Sam y Dan fue bajando el arma lentamente.


—¿Que llevas en el cuello?—le preguntó Dan a Aiden con el ceño fruncido.


Aiden se miró el colgante que llevaba colgado. Consistía en una placa de militar, había pertenecido a su padre. Detrás, ponía el nombre de este, Charles Becker, y en la parte delantera rezaba: Soldado de Dalaras:


—Es la placa de soldado de mi padre ¿quieres  verla?—le preguntó Aiden a Dan aferrándose a su placa.


Dan asintió con la cabeza y bajó lentamente el arco. Aiden, se quitó el collar y se lo lanzó a la joven, esta lo cogió en el aire, pero, en el momento que la placa hizo contacto con sus manos, las letras que tenía grabadas se borraron. África, curiosa, se acercó a su hermana y observó la placa:


—Es una placa como la mía—comentó la hermana menor.


—Placas esmuller—murmuró Dan observando la placa con minuciosidad—Cada integrante del ejército de Dalaras lleva una, solo el mismo soldado o los que llevan su sangre pueden leer lo que dice. Por eso al cogerla yo las letras han desaparecido—explicó—Sí, es como el tuyo—añadió. África conservaba una placa de su padre.


Dan le lanzó la placa de vuelta a Aiden y este la cogió y se la volvió a poner. Después, le lanzó a Sam las mochilas:


—Os creo. Me llamo Dan y ella es África—se limitó a decir—Dormiréis en la tienda de África—añadió—Hay trabajo por hacer—concluyó, cogió su arco y sus flechas, caminó hasta llegar a la orilla, se sentó y reanudó su trabajo.


África seguía allí con los hermanos Becker, los miró, se veían cansados, sus ojeras delataban la falta de sueño:


—Perdón por mi hermana, suele ser así—comentó y Sam le dedicó una sonrisa.


—Tranquila, no te preocupes, es normal—le dijo Sam—¿Qué edad tenéis?—preguntó y los tres se pusieron a caminar rumbo al campamento.


—Dan diecinueve y yo quince—respondió ella.


—Nosotros igual, el es el mayor—comentó Aiden.


Llegaron al campamento, Dan estaba más alejada en la orilla del lago, sola y callada, muy normal en ella:


—Si queréis iros a descansar, las tiendas ya están puestas—les ofreció África y Sam negó con la cabeza sacudiéndose el pelo.


—Ayudaremos—dijo decidido.


—En ese caso, me podríais ayudar a organizar esto—propuso pero se le ocurrió una idea—¿Cómo se os da el tema de fabricar armas?—preguntó.


—A mí fatal, pero a él bastante bien—respondió Sam.


—Genial, pues, Aiden, podrías ir a ayudar a mi hermana—propuso—Necesita flechas—explicó.


El joven asintió y empezó a caminar hacia la orilla del lago:


—¿Podrías ayudarme a acabar de preparar esto?—le preguntó a Sam y este asintió.


Los dos se adentraron en el bosque, encontraron un tronco de un árbol caído y lo transportaron hasta el campamento para que hiciera la función de asiento:


—Con que sois arqueras ¿no?—preguntó Sam cuando dejaron el tronco enfrente de ambas tiendas de campaña.


—Mi hermana—respondió—Yo trabajo con cuchillos—explicó.


—Yo igual, tengo mala puntería—comentó Sam y los dos se sentaron en el banco.


—Por cierto, ¿de dónde sois?—preguntó África.


—Sidney—respondió Sam—¿Y vosotras?—preguntó.


—Nueva York—respondió África y Sam guardó silencio por varios minutos.


—Gracias de nuevo por dejarnos quedarnos—insistió el muchacho.


—No hay de qué. Pero, ¿por qué estáis aquí?—¿Cómo acabasteis así?—preguntó la joven.


—Viví en Indonesia cuando era pequeño, no recuerdo el nombre del pueblo, pero sé que cuando murió mi madre en el parto de mi hermano, mi padre, él y yo nos fuimos a vivir en una casa en un bosque de Colombia, vivimos los tres felices hasta que cumplí los catorce, reclamaron a mi padre para que fuera con el ejército de Dalaras y murió hace como unos dos años, desde entonces, Aiden y yo emprendimos un viaje para llegar a Brasil, nuestro sueño es volver a ver el mar, lo echamos de menos—explicó y África lo escuchó con atención y guardó silencio—¿Cuál es tú sueño?—le preguntó segundos después.


—Ahora mismo, que mi hermana vuelva a ser la de antes—le dijo con la mirada perdida en el agua del lago y su mente viajaba entre melancólicos recuerdos.


—¿Antes no amenazaba a los desconocidos con un arco?—le preguntó Sam ante tal respuesta 


—Cuando el hombre que nos adoptó, Dimosthenis Espanoulis murió, cambió. Nosotras vivíamos con el en un bosque del corazón de Ecuador, el nos enseñó a leer, a escribir, nos daba clases todos los días y nos entrenaba, a nosotras y a unos chicos más que se criaron conmigo. Murió cuando yo tenía once años, y desde entonces Dan y yo hemos sido nómadas—explicó África y Sam puso atención a su historia—Nuestros padres murieron—aclaró al ver él rostro de confusión de Sam.


—Hay gente que cambia cuando le suceden tragedias—añadió él.


—¿Puedo preguntarte algo?—le cuestionó África cambiando de tema mientras se levantaba y encendía un fuego. Sam asintió—¿Por qué te fías de nosotras?


—Para empezar sois demasiado jóvenes para ser soldados, luego tu placa esmuller, el arco de tú hermana, los soldados solo utilizan armas de fuego, vuestra manera de actuar y la insistencia de Dan en matarnos por si éramos soldados—explicó y África se quedo gratamente sorprendida—Es lo que tiene vivir de este modo, aprendes a escanear a una persona con solo mirarla y observar cómo actúa.


—Fascinante, simplemente, fascinante—dijo África y Sam sonrío de lado.


(...)


Aiden se encontraba en la orilla del lago, a la izquierda de Dan. Ambos se encontraban en silencio, solo se escuchaba el ruido del agua, el roce de las navajas contra la madera y las voces lejanas de África y Sam:


—¿Cómo te llamas?—preguntó Dan cortante y Aiden murmuró algo inaudible—En cristiano por favor—le pidió.


—Aiden—repitió este al fin entendible.


—Eres un buen artesano, tus flechas son muy buenas—comentó ella, Aiden guardó silencio y siguió con lo suyo. Ahí se acabó su corta y breve conversación.


(...)


 África y Sam se levantaron y se reunieron con Dan y Aiden. Era la hora de comer, mientras comían, estuvieron charlando, los chicos le empezaban a caer bien a África, sobre todo Sam, ya que Aiden era más callado. Dan seguía sin bajar la guardia y su arco la acompañaban a todas partes. Al acabar de comer, Dan acompañada de Sam se adentraron en el bosque que había al rededor del hermoso prado con el lago en el centro, estuvieron caminando en busca de algo de fruta:


—Bueno pelirroja, gracias por dejarnos quedarnos enteros—bromeó Sam mientras jugaba ha hacer malabares con un par de pitahayas.


Dan cargó su arco y con un elegante y rápido movimiento atravesó a una de las pitahayas por la mitad y la clavó en el árbol del frente:


—De acuerdo, las bromas no te van mucho—comentó Sam mientras desclavaba la pitahaya del árbol.


—Exacto, ya lo vas a entendiendo—le espetó Dan y adelantó el paso.


(...)


Los dos volvieron a el lugar donde habían acampado, nadie estaba fuera, rápidamente miraron dentro de las tiendas de campaña, en una estaba dormida África y en la otra estaba dormido Aiden:


—¿Vas a dormir ya?—le preguntó Sam cuando ambos se sentaron en la orillas del lago.


—Lo intentaré—dijo ella.


—De acuerdo, yo me voy a dormir y tranquila, tu yugular seguirá intacta por la mañana—bromeó mientras se alejaba y Dan le lanzó una mirada.


Cuando Sam entró en la tienda que compartía con su hermano, Dan aprovechó para bañarse en el lago, unos veinte minutos después, salió y se tumbó la orilla a secarse al sol, ya que desde que la Tierra dejó de girar, nunca más volvió a hacerse de noche


A Dan le costó un poco dormirse, bueno, lleva sin dormir bien tres años, pero se quedó pensando qué debía hacer con Sam y Aiden.

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 2

 África se despertó, miró a su alrededor, 

Dan dormía a su lado. Salió de su tienda y se asomó a la que compartían los hermanos, dormían. Se alejó y cogió uno de las serpientes que habían matado el día anterior, lo despellejó y deshuesó, encendió un fuego y empezó ha cocinarlos, mientras estos se adobaban, ella aprovechó para  cortar un poco de fruta:


—Buenos días pecosa—saludó Sam detrás suyo, se acababa de levantar.


—Buenos días rubio—le siguió ella.


Sam rió y se sentó en el tronco:


—Veo que la caza de ayer con mi hermana fue bien—comentó África señalando con la cabeza el montón de serpientes y algún que otro mono que había en frente de ellos.


—Bueno sí, es muy buena arquera—dijo.


—¿Sigue igual de fría contigo?—le cuestionó África.


—Sí—respondió el joven—Desde que mi padre murió, hemos estado viviendo con gente como vosotras, y bueno, como nosotros—empezó—Tú hermana me recuerda a una chica que conocimos hará como un par de años, era muy inteligente, pero nunca la escuché decir ni una palabra, se hizo una herida bastante profunda, se le infectó y murió. Conocí a mucha gente impresionante que se ha quedado en el camino, pero hubo un chaval que me marcó de por vida. Había perdido a toda su familia en la batalla del ochenta y dos. Era un tío majo, pero un día desapareció y no volvimos a saber de él, Eros Katsopolis se llamaba—explicó Sam y África se quedó blanca al escuchar ese nombre. Miles de recuerdos e imágenes pasaron por su mente. Pero antes de poder decir nada, Dan se acercó a ellos.


—Hola—dijo.


—Buenos días pelirroja—la picó Sam y ella bufó.


—África, ven conmigo—le pidió a su hermana.


Las dos se levantaron y se alejaron un poco del campamento, pero lo suficientemente cerca para vigilar a Sam:


—¿Qué pasa Dan?—le preguntó África.


—Hoy se van, no te encariñes con ellos—le dijo con su típico tono de hablar. Distante y frío.


—Dan, son magníficos, podrían quedarse con nosotros—propuso África.


—No—negó.


—¿Por qué?—le cuestionó África.


—No los conocemos—arguyó Dan.


—Habla por ti—le espetó—Yo he estado hablando con Sam, me cae bien, es divertido y simpático. Podrían quedarse con nosotros, no tienen a donde ir—sugirió—Tú misma dijiste ayer que te fiabas de ellos.


—Dije que no eran soldados y que los creía, pero no que me fiaba de ellos—reiteró Dan.


—Siempre tendrás tiempos de ensartarlos con una flecha—le dijo África intentando convencerla.


Dan se quedó callada por un minuto, por poco que le gustara, su hermana llevaba razón:


—Está bien, que se queden—dijo al fin Dan a regañadientes y en la cara de su hermana se dibujó una complacida sonrisa.


Ambas volvieron al campamento, Aiden ya se había levantado y, junto a Sam, preparaba sus cosas para irse:


—Chicos traigo buenas noticias—anunció África sonriente.


—¿La tierra ha vuelto a girar?—bromeó Sam con una sarcástica sonrisa. Dan rodó los ojos.


—No—le atajó Dan—África y yo hemos estado hablando y me ha convencido para que os quedéis con nosotras, si queréis claro—explicó.


Sam intercambió una mirada con su hermano:


—Si no os importa, estaríamos encantados—dijo Sam con una sonrisa.


—Desayunad, hay cosas que hacer—añadió Dan y los hermanos Becker dejaron sus cosas a un lado y los cuatro se pusieron a comer.


—Sam, tú y yo iremos ahora al bosque, necesitamos más comida—informó Dan y Sam asintió.


—Un momento pelirroja—empezó Sam y África soltó una risita—¿Quién ha dicho que tú pondrías las normas?—preguntó divertido.


—Mi comida, mi campamento, mis normas—le espetó ella y Sam rió.


—Era broma—le dijo mientras se reía, al igual que Aiden y África 


(...)


 Sam y Dan se fueron por el este, se adentraron en el bosque mientras Aiden y África cuidaban del campamento:


—Bueno pelirroja, tengo que darte las gracias por dejarnos quedarnos—le dijo Sam mientras apartaba la maleza de su camino.


—Díselo a mi hermana, ella ha tenido la idea—le contestó ella con aire de pocos amigos.


Sam se dio media vuelta quedando en frente de Dan:


—He conocido a gente como tú. Con tu misma actitud, con historias parecidas. Esa gente no acaba bien, todos ellos están muertos—arguyó él y ella rodó los ojos.


—Algo que está muerto no puede morir—le espetó ella y siguió caminando acelerando el paso.


—Tal vez, pero tú sigues viva—respondió Sam siguiéndola.


(...)


Aiden y África se adentraron en el bosque situado en el oeste:


—¿Qué se supone que estamos buscando?—le preguntó África ya que llevaba media hora siguiendo a Aiden por el bosque.


—Bambú, lianas...—respondió Aiden y África suspiró.


—¿Te gusta fabricar cosas?


—Bastante—respondió Aiden encogiéndose de hombros y África rodó los ojos como lo hacía su hermana.


(...)


Sam y Dan seguían en el bosque este, se separaron un momento al escuchar unos pasos. Minutos después se escucharon disparos prominentes de la zona sur del bosque este, justo donde estaba Sam. 


Dan se aproximó a la zona sur, se topó con varios soldados por el camino, no eran un obstáculo para ella. Siguió caminando y se topó con lo que serían una decena de soldados, unas cuantas flechas en el cráneo y varios cortes de yugular después no quedaba ninguno.


Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Escuchó ruido nuevamente, más bien una respiración entrecortada y un curso de agua. Sacó una flecha de su carcaj y armó el arco. Caminó siguiendo el ruido, un par de minutos después, llegó a un claro del frondoso bosque con un pequeño riachuelo. La respiración entre cortada se escuchaba más cerca que nunca, atravesó el pequeño claro, y entre la maleza, estaba Sam, mal herido con un disparo en el tórax, cerca del pecho y un charco de sangre a su alrededor.


Dan (a la cual no le temblaba el pulso a la hora de intervenir en heridas de este tipo) se agachó a su lado, le quitó la camiseta al muchacho que sollozaba debido al dolor, estaba pálido y los ojos le vagaban sin rumbo fijo, tenía que hacer algo pronto, sino iba a perder el conocimiento. 


Rápidamente la joven se quitó la camisa que llevaba quedando únicamente en camiseta de tirantes. Luego, volvió corriendo al riachuelo y empapó la camisa por completo, volvió con Sam y le puso la camisa en la frente. Abrió su mochila y sacó un bisturí, alcohol, algunas vendas y unas pinzas quirúrgicas; examinó la herida del muchacho, era un disparo, tenía que extraer la bala, desinfectar la herida y taparla. Empezó su tarea, primero se echó un poco de alcohol en las manos, cogió la pinza y hurgó en la herida, por suerte para Sam, Dan encontró la bala en menos de dos minutos, la extrajo. A continuación vertió un poco de alcohol en la herida abierta, Sam se contrajo debido al dolor y la quemazón del producto.

Acto seguido, Dan sacó de su mochila aguja y hilo quirúrgico, tenía que coserle la herida. Clavó la aguja en la piel de Sam y este apretó los ojos mientras el sudor frío caía por su frente. Tres puntos bastaron para  cerrar la herida. Dan echó el alcohol restante sobre las gasas y las colocó sobre la herida para luego enrollar el pecho del muchacho en vendas.


La chica acabó con su trabajo, guardó sus cosas en la mochila, se sentó en el suelo y respiró hondo. Sacó su cantimplora y bebió un poco de agua mientras apoyaba la espalda en un árbol que tenía justo detrás. Observó por un momento a Sam, estaba enfrente suyo. El cabello rubio le caía por la cara, la cual se encontraba medio tapada por su camisa, tenía los labios morados, pero poco a poco volvían a su color natural. Su pecho, cubierto por el grueso vendaje subía y baja violentamente, le temblaban las piernas y poco a poco iba desapretando los puños. El dolor iba disminuyendo.


Minutos después, Dan guardó la cantimplora en su mochila y se arrodilló al lado de Sam, le quitó la camisa de la cara y él abrió los ojos lentamente:


—¿Estás bien?—musitó Sam—Iba a buscarte pero...


—Mejor cállate—le cortó ella y Sam sonrío débilmente—¿Puedes ponerte en pie?—le preguntó y él asintió.


Ambos se pusieron en pie (a Sam le costó más obviamente) y empezaron a caminar rumbo al campamento.


(...)


Aiden y África ya habían regresado al campamento, el muchacho (rodeado de lianas, madera y bambú) trabajaba en silencio en la orilla del lago, mientras África encendía el fuego:


—¿Qué haces?—le preguntó África al rubio mientras se sentaba a su lado.


El muchacho sonrío y acabó de atar algunas cuerdas antes de responder:


—Es para ti—le dijo y le entregó lo que estaba haciendo.


Era una pulsera hecha con lianas y flores pequeñas de todos los colores que contrastaban con el verde de las lianas; en el centro, bien atada, se encontraba un diamante en bruto del tamaño de un botón:


—Es...preciosa, muchas gracias—respondió África gratamente sorprendida mientras se ataba la pulsera.


—No hay de qué—respondió Aiden mientras observaba cómo la joven intentaba abrocharse  la pulsera (cosa que no podía)—Deja que te ayude—añadió y África estiró el brazo para que le pusiera la pulsera.


—En serio no sé cómo agradecerte esto—continuó África y Aiden sonrío.


—No es nada, de verdad—respondió este mientras acababa de atarle la pulsera.


—¿Dónde has encontrado un diamante de ese tamaño?—le preguntó África.


—Antes de venir aquí, estaba enganchado en una roca de un río. Me costó un día entero sacarlo—explicó Aiden y África observó con detenimiento su nueva pulsera.


(...)


Sam y Dan volvían de regreso al campamento:


—¿Habías hecho eso otras veces?—le preguntó Sam.


—Sí, demasiadas veces yo diría—respondió Dan.


El recorrido de vuelta al campamento fue silencioso. Al fin llegaron al final del bosque, el campamento asomaba en la otra punta de la orilla del lago. Unos diez minutos después, llegaron al campamento, llamando la atención de Aiden y África (que se encontraba allí charlando):


—¿Que tal to...—empezó África, pero cuando se giró, pudo ver a su hermana con la camiseta de tirantes llena de sangre y si camisa en la mano y a Sam con la camiseta en la mano y una venda al rededor del pecho. 


—Han disparado a Sam—explicó Dan y Aiden abrió mucho los ojos y alzó las cejas. África le echó una mirada a su hermana por su falta de tacto.


—No os preocupéis estoy bien—los tranquilizó Sam, aunque su demacrado rostro decía lo contrario.


—Sam, tienes que descansar—le recomendó África.


—Tiene razón, vete a vuestra tienda, duerme, mañana te encontrarás mejor—le dijo Dan.


—Está bien, gracias por todo Dan—anunció Sam y se fue a su tienda arrastrando los pies.


—Bueno, yo vuelvo al bosque, con lo de Sam no he cazado nada, volveré tarde, no me esperéis despiertos—dijo Dan, se echó su carcaj al hombro, cogió su arco y se alejó del campamento hasta adentrarse en el bosque de los alrededores.


—Siempre hace eso cuando está nerviosa—glosó África y miró a Aiden, se le veía alicaído—Ve a verlo, tu compañía le hará sentirse mejor—le sugirió.


Aiden no dijo nada, sólo se la quedó mirando por un corto periodo de tiempo para después empezar a caminar rumbo a su tienda de campaña.



Como un quarto de hora más tarde, Aiden salió de la tienda de campaña y se sentó al lado de África, en el tronco que había delante de ambas tiendas, al lado de la débil fogata:


—¿Cómo está?—le preguntó África a Aiden, se le veía afectado.


—Débil, demasiado débil—articuló él.


—Seguro que se recuperará—lo animó África haciéndole una caricia en el brazo.


—Ha perdido mucha sangre—dijo él negando con la cabeza y con la vista fija en las débiles llamas que la fogata desprendía.


—Sam es fuerte, estoy segura que se pondrá bien, ya verás—aseguró ella y le sonrió a su acompañante.


—Es lo único que me queda—glosó el joven mientras se le empañaban los ojos—¿Sería demasiado pronto para que me dieras un abrazo?—le preguntó en un susurro y África sonrío aún más.


—Nunca es demasiado pronto para un abrazo—le respondió ella a la par que lo abrazaba.

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 3

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 4

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 5

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...

Capítulo 6

Comment Log in or Join Tablo to comment on this chapter...
~

You might like Sky Brume's other books...